REFLEXIONES EUCARÍSTICAS
Buscamos saciar el hambre con el alimento cotidiano, aunque ahora también exista la preocupación por una “buena alimentación” que ayude al crecimiento y a una buena salud. ¿Y en lo espiritual, no deberíamos mostrar también nuestra preocupación por alimentarnos bien? El Misterio Eucarístico se ha revelado a nosotros en la entrega de Jesús, el Hijo de Dios, que ofrece su cuerpo y su sangre para lograr una comunión espiritual con él, no solo manifestado vocalmente a sus discípulos en la Última Cena, sino también, en la expresión total de su entrega, la cruz. Ahora bien, aunque se ha meditado mucho acerca de que el origen de la Iglesia está en el Misterio Eucarístico, no se percibe que nosotros como Iglesia estemos ansiosos de buscar la fuente de nuestra existencia. El “rito” ha pasado a ser la constante en nuestro pensamiento cuando escuchamos la palabra Eucaristía o Misa; y entonces estamos más preocupados si asistimos o no. ¿Dónde está nuestra meditación y nuestro compromiso ante el mismo Señor que está allí en ese pan y ese vino escondido con su presencia sacramental? Llegamos tarde, no venimos, podemos comulgar y no comulgamos, nos fijamos en los demás si comulgan o no, e incluso los sacerdotes realizan cambios en la Eucaristía pensando que es una cuestión de ganar la atención de la gente, mantenerlos “entusiastas”, apropiándose de una celebración en la que el centro no es el sacerdote sino la Palabra y la Eucaristía. No hemos profundizado el Misterio Eucarístico, y si lo hemos hecho creo que no hemos tomado conciencia aun de lo que significa. ¿Sabes que debes siempre traer tu ofrenda a la misa? ¿acaso no sabes que en el pan y vino presentados deben ir también tus sueños, tus alegrías y tus tristezas? ¿Los ofreces así? ¿No crees que tú y yo somos los que salimos ganando, pues ante este intercambio de ofrendas, nos llevamos la mejor de todas que es el mismo Cristo, el mejor ofertorio? Recuerda cuando el sacerdote concluye la plegaria eucarística y proclama: “Por Cristo con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente…”. Melquisedec ofrendó pan y vino ante Abraham que salió en ayuda de su pueblo como acto de agradecimiento, y a cambio Abraham le ofreció una donación. La relectura cristiana ve esto como una prefiguración de la mejor ofrenda dada a los hombres para su salvación: el mismo Cristo Jesús.
Pablo descubre que el recuerdo del momento de la entrega total de Cristo en la última cena no puede mancharse debido a una falta de coherencia en la expresión de fe en la propia vida comunitaria. No solo es un rito, no solo son actos y palabras que se repiten, es la expresión plena de la comunión entre hermanos que aun siendo diferentes somos uno en Cristo. No es solo comulgar al Cuerpo de Cristo, tenemos que aprender a comulgar en el Cuerpo de Cristo. Si no demostramos nuestra fe vivamente, no vamos a comprender el Misterio eucarístico. Es verdad, que debemos cuidar el respeto al Misterio sagrado, y justamente esto nos debe llevar a siempre considerar nuestra vida como una expresión de la unión sincera al Cuerpo de Cristo. La coherencia de vida nos exige cuidar que estemos siempre dispuestos a recibir la Eucaristía y eso implica que en algunas situaciones hermanos nuestros o nosotros mismos no podamos hacerlo expresamente, pero es allí donde entra el apoyo de la Madre Iglesia, que jamás considerará a hijo alguno fuera de su seno, y buscará proponerle los medios oportunamente para su adhesión también al Misterio Eucarístico (reconciliación, comunión espiritual, obras de misericordia, oración).
Última reflexión acerca de este misterio: cristianos que pueden comulgar y no lo hacen, otros que quieren y no pueden; cristianos que dicen que están en gracia, pero su comportamiento desdice mucho de esa afirmación; cristianos que se sienten “impuros” y se alejan cada vez más porque nadie le dio la oportunidad de entender su situación. Como recuerda el evangelio, había hambre de pan entre los contemporáneos de Jesús, y Él satisfizo esta angustia, aunque no quiso que sus discípulos se desentendieran de tal situación. A ellos les comprometió a sacar lo poco que tenían y a repartir lo multiplicado con la bendición de Dios. Sin duda, un portento que lleva como mensaje el aprender a trascender del hambre de pan para llegar a tener más bien hambre de Dios. Ante el Misterio Eucarístico, adorémoslo y hagamos el propósito de conocer más este Misterio de Amor. Desconocemos mucho, porque no nos formamos, porque no tenemos una adecuada orientación, porque no discernimos bien a la luz del Espíritu, porque no tenemos tiempo para esto y no nos dejamos acompañar. Este domingo cuando vengas a Misa, ¡Levanta tu mirada en la Consagración y sé sincero con este Jesús, Misterio de amor!