NUESTRA VIDA HA SIDO OCULTADA CON CRISTO EN DIOS

Celebrar la Pascua de resurrección debe ser para nosotros un ponernos en movimiento hacia el testimonio del resucitado y no dejar que el sepulcro se convierta en el mayor obstáculo para ello. Siento que el evangelio proclamado en este domingo de resurrección muestra esta interesante dicotomía. Es muy llamativo de verdad la cantidad de veces que repite “el sepulcro” (7 en este fragmento) y alrededor de esta frase, toda una serie de acciones de movimiento del “salir”, “entrar”, “correr”. Parece que hay una clara intención del evangelista de que necesitamos ojos de fe para ver el significado del sepulcro vacío. El sepulcro no solo es aquel lugar físico donde fue enterrado Jesús; es el brocal de aquello que se convierte para el hombre en el punto límite de su propia vida y en donde, en realidad, todas nuestras fibras íntimas se sienten cuestionadas. Por ello, se nos está pidiendo a gritos que cambiemos de dirección y que proclamemos la verdad de una nueva vida que se ha abierto con la resurrección de Jesús. Pedro, en la narración lucana de Hechos de los apóstoles, insiste en ello. Ha recibido esto como un mandato: testimoniar lo que vieron sus ojos, los ojos de la fe y es así que logra vincular las promesas de Israel con la historia salvífica de la humanidad. Jesús fue enviado por Dios Padre para salvarnos del poder del mal que nos oprime y no nos permite ser hijos de Dios. Por eso, Pablo insistirá de forma imperativa en buscar los bienes de arriba y utiliza un juego de palabras que cobra sentido desde nuestra reflexión: nuestra vida ha sido ocultada con Cristo en Dios así cuando se manifieste en gloria, se manifestará también nuestra vida en gloria. Por esto es tan importante la fe en la resurrección de Cristo. No es solo como medida de consuelo para quienes viven esta vida con sufrimiento; no es solo una historia que se cuenta para seguir afrontando la vida como se pueda; “no es un truco para continuar”. Es un testimonio de que el ser humano necesita trascender; esta vida es un regalo de Dios y desde Cristo tiene un sentido particular y que por ello no puede sucumbir ante la muerte. Es la urgencia de hacer de esta vida algo distinto y especial; una vida de entrar, salir, correr; no con la nostalgia de encontrar un sepulcro vacío, sino con el ansia de encontrarme con Cristo en la mesa, en la alegría de los amigos, en la esperanza de los decaídos, en las lágrimas de los que sufren porque sienten y aman. Intentemos buscar esas cosas de arriba y ayudemos a los demás a que las busquen también. No sé si tendremos la valentía de Pedro de abrir la boca y proclamar que Jesús ha resucitado; pero si estoy cierto de que hay muchísimas maneras de ser testigo de la resurrección y tú como ya sabemos cómo serlo. Si hay que ir al sepulcro y de seguro habrá momentos en la vida en que tendremos que ir, no será para rebuscar dentro con tristeza sino para confirmar una vez más nuestra fe en que Cristo tiene una vida para mí. Escóndeme Señor en ti para que pueda resucitar contigo. Me uno una vez más al salmo por ello: “No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor”

¡Feliz Pascua de resurrección! Es tiempo de correr, cambiemos la dirección de nuestra vida, abramos sepulcros y hablemos de Cristo.

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