Queridos hermanos:
Permítanme hacerles una pregunta: ¿A quién considerarían más cerca de Dios: a aquel que se equivoca y pide perdón por sus errores o a aquel que dice que nunca se equivoca? Esta pregunta está detrás de la parábola que Jesús cuenta en el evangelio que leemos este domingo y que conocemos con el nombre de “la parábola del hijo pródigo”. Es una historia puesta para comparar a estos dos tipos de personas: los pecadores que reciben misericordia y los que no entienden qué es misericordia porque se creen perfectos.
Hay que ser sinceros: no existen las personas perfectas que nunca se equivocan; existen las que se creen perfectas. La imagen del hijo mayor de la parábola es la de personas de este tipo: soberbias, insensibles, que se creen intachables, dignas solo de felicitaciones. La perfección que muestran no es real. Lo que sucede es que muchas veces esconden sus errores detrás de esa imagen de obedientes y buenos. Pueden ser obedientes, pero no tienen corazón, y precisamente por eso son intolerantes con los errores y pecados de los demás. Su falta de compasión y tolerancia es lo que les hace estar lejos de Dios y perderse la fiesta organizada por el Padre.
La fiesta, más bien, es para aquellos que reconocen sus errores. El hijo menor de la parábola representa a este tipo de personas. El hijo menor se equivoca pero no es malo, porque el pecado no nos hace malos; el hijo menor es solo débil, imprudente, incontrolable, inmaduro, pero no malo. No son características buenas, definitivamente, pero al lado de la humildad que muestra al reconocer su error, estos defectos quedan reducidos. Y allí está la clave para entender por qué este tipo de personas están más cerca a Dios: porque al final, en la relación con Dios y con los hermanos, no se trata de no fallar, sino de ser humilde para reconocer el error e intentar no volverlo a hacer. Pareciera como si la humildad del que se equivoca tuviera el poder de derretir el corazón de Dios. Esto es misericordia: el corazón de Dios derretido y quebrado por el arrepentimiento sincero.
Queridos hermanos: les invito a que escuchen y mediten las lecturas bíblicas de este domingo con esta clave de interpretación: por un lado está la soberbia de creernos perfectos y que nos aleja de Dios, y por otro lado la humildad de reconocer nuestros errores que nos abre las puertas de la casa del Padre; por un lado está la intolerancia del hijo mayor, y por otro el amor del Padre hacia su hijo menor perdido y encontrado. Nuevamente, ¿cuál de los dos personajes está más cerca de ser como Dios nos pide? ¿Cómo cuál de los hijos nos conviene ser?