UN ÉXODO NECESARIO
El itinerario de Abraham se desarrolla a lo largo de muchos capítulos del Génesis, en donde diversos momentos Dios se le manifiesta para confirmar aquella promesa que le hizo saber en su camino de Ur a Jarán, y de allí hacia la tierra que le seria entregada en Canaán. Este capítulo 15 nos habla justamente de una renovación de esa alianza unilateral de parte de Dios en favor de Abraham y la aceptación de este a través de un ritual que probablemente haya tenido sus orígenes en el contexto pastoril de aquellos pueblos, donde los propietarios buscaban alejar los malos espíritus de sus rebaños. Este ritual basado en el cortar o partir en dos a los animales sacrificados (de allí vendrá el sentido original de la palabra hebrea “hacer una alianza”, pues hay que “cortar una alianza”) para que la deidad pueda pasar a través de ellos y asegurar su protección, se convierte en el medio para confirmar la aceptación de Abraham de la promesa de Dios de entregarle una tierra para sus descendientes. El autor del relato subraya la fe de Abraham, aunque este mismo intentará muchas veces adelantarse a la voluntad de Dios, pero poco a poco Dios le conducirá a la verdadera fe que se le exige: aquella que va más allá de los favores que Dios le pueda brindar.
Pablo exhorta a los cristianos de Filipos, una de las comunidades más queridas por el apóstol de los gentiles por su patente solidaridad por con él cuando estuvo en la cárcel. Pablo se presenta ante ellos como un modelo a seguir, aunque en definitiva esto se entiende en clave de discípulo del Señor Jesús. Y en el marco de la fidelidad al evangelio propuesto, Pablo advierte de algunos enemigos de su trabajo, en definitiva, enemigos de la cruz de Cristo, que quizá pueda nuevamente referirse a los judíos partidarios de la circuncisión que vienen desacreditando su apostolado y generando división por el problema de la comunión de mesa (de allí la alusión al “vientre”) o un grupo que se ha dejado llevar por el libertinaje de las malas costumbres paganas. Pablo les hace ver que ellos pertenecen a una nueva ciudadanía (politeuma), la que ha superado las vanidades y comodidades de este mundo terrenal, y que en orden de primacía hace considerar des de otra perspectiva la vida cotidiana. Pablo tiene en mucha estima a esta comunidad y sabe que le escucharán y tomarán en cuenta que, aunque vivan en un entorno contrario, su testimonio les ayudará a guardar la esperanza en el momento decisivo de la manifestación gloriosa del Señor en favor de los creyentes al final de los tiempos.
El relato de la transfiguración aparece dentro de la larga sección del camino de Lucas. Jesús ha propuesto sin esconder nada su destino final, lo que exige que el discípulo aprenda a negarse a sí mismo tomar su cruz y seguirlo. Esto, sin duda, ha provocado en ellos una gran sorpresa, y parece que el seguirlo ya no responde a sus expectativas. Lucas nos habla de un hecho sucedido en la octava del momento en que Jesús les preguntó sobre su identidad y cuando Jesús les reveló su suerte en la cruz. Una vez más, Jesús aparece orando con tres de sus seguidores. El evangelista describe el suceso de la transformación de aquel Jesús, esplendoroso y radiante de blancura, y la consecuente aparición de Moisés y Elías acompañándolo, hombres ligados a la historia de Israel, hombres arrebatados al cielo, hombres con quien el Señor habla de su “éxodo” hacia Jerusalén. Aquellos discípulos son testigos de este momento revelatorio y Pedro interviene para confirmar que se sienten cómodos estando allí y no necesitan más que levantar tiendas para quedarse. La nube, presencia de Dios, irrumpe en la escena causando temor en los presentes, dando paso a la voz del Padre disponiendo a los discípulos a escuchar a su Hijo. Lo vivido se guarda en el interior de aquellos privilegiados, pero se convertirá en un momento fundante para sus vidas.
Jesús nos invita a entrar a la cuaresma con una disposición firme de renovar nuestra alianza con Dios, de considerar en alta estima la ciudadanía que hemos recibido en nuestro bautismo y que nos hace mirar con ojos de fe todos los acontecimientos de nuestra vida, alentados por aquellos momentos revelatorios que la oración nos suscita, y que nos animan en medio de las dificultades a seguir cargando con nuestra cruz cada día. Nuestro éxodo es también una suerte de luchas por creer y confiar, pero ya tenemos ganada la corona, solo nos queda correr la carrera. ¿Estás dispuesto a hacerlo?