PALABRA QUE SE CUMPLE HOY
Este fragmento del libro de Nehemías nos sitúa en la vuelta del destierro. Los judíos han regresado, pero se han encontrado con el terrible panorama de una ciudad destruida y de un Templo hecho ruinas. La esperanza decae, pero las autoridades se organizan para iniciar el lento proceso de reconstrucción. Pero las dificultades aparecen, como el encuentro de los que regresaron del exilio con los que se quedaron, quienes también reivindican la fidelidad de su fe en el único Dios. Por tanto, se decide asumir el compromiso de reafirmar lo que puede dar unidad a esta diversidad y se recurre a la fortaleza de la familia (pureza de sangre) apoyándose en las tradiciones patriarcales y a la organización de la vida social con la Ley. Nehemías el gobernador apoya la iniciativa de Esdras, el escriba, y reúne a todos para presentarles el Libro de la Ley animando a los levitas a que se lo leyeran al pueblo. Entre el llanto y el gozo, el judaísmo del pos-exilio fundamenta su reconstrucción en el cumplimiento de la Ley. Continuamos en la segunda lectura, la exhortación de Pablo a los corintios en esta sección donde se busca poner un orden a las asambleas que estos realizaban. Para eso, Pablo propone un modelo muy particular a seguir: la imagen del cuerpo. Esta metáfora es griega, e intenta explicar la importancia de cada miembro del cuerpo de acuerdo a su funcionalidad para que el único cuerpo se desarrolle. No es lícito despreciar al otro miembro del cuerpo, pues todos aportan. Aunque para Pablo hay una especie de ascendencia entre los que tienen dones de directo servicio a la comunidad, reconoce que no pueden menospreciarse ni rechazarse mutuamente pues todos hacen al cuerpo. Una buena pedagogía de lo que debe ser la comunidad cristiana. El evangelio de este domingo tiene dos partes. La primera nos presenta la introducción del propio texto, donde se especifica claramente la intención del autor (se atribuye a Lucas) al redactar el siguiente relato (diégesis) luego de un discernimiento de materiales. Esto habla de que se ha dado ya una etapa de predicación y en el tiempo del autor se viene plasmando por escrito la memoria de los hechos relacionados con Jesús de Nazaret. Todo esto dirigido a Teófilo, quizá un cristiano bienhechor, que ha recibido también la catequesis respectiva. La segunda parte, nos introduce en la primera iniciativa de Jesús en Galilea, luego de su bautismo según este evangelio. La insistencia del evangelista está en la acción del Espíritu sobre Jesús, quien no solo lo impulsa a la misión sino se convierte en el actor principal de la efusión para proclamar con autoridad la Palabra del Señor. De esta forma, aquel pasaje de Isaías, se asume en clave mesiánica, y sirve de presentación de su persona y misión: anunciar, sanar, dar libertad, proclamar el año de gracia del Señor. Al cumplirse la Escritura, se confirma que Dios ha visitado a su pueblo como se anunció en la esperanza de la primera parte del evangelio. No debemos desaprovechar el encuentro con la Palabra de Dios. Leer con el Espíritu Santo nos anima a entender que son textos que brotaron de la fe de un pueblo, Israel, y de diversas comunidades cristianas, y que ahora debemos leerlos con la misma fe. Hay mucha simbología, lenguaje connotativo, experiencias de vida. Y esta Palabra es viva y actual, siempre nos puede decir algo pues hombres y mujeres la experimentaron antes que nosotros y quisieron plasmarlas para servir a las futuras generaciones. Se necesita mucha formación, pero la Iglesia busca que no solo esta Palabra de Dios sea
reverenciada sino también leída, escuchada y asumida en la vida (con el gozo y la emoción de los judíos de la primera lectura). Para eso están los ministerios en la Iglesia que ayudan al cuerpo, para ayudar en la comprensión y la interpretación (como lo señala la segunda lectura). Por eso, unámonos con gozo al salmista y proclamemos: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”.