Queridos hermanos nos vamos aproximando más y más al misterio de nuestra salvación y estamos ya en el domingo de la alegría mesiánica, de la gran alegría que vamos todos a entonar a una voz el misterio del Niño Dios en Belén, que ha deseado tomar nuestra condición para hacernos hijos de Dios y liberarnos de toda esclavitud.
La invitación del Profeta que une el Nuevo y Antiguo Testamento, nos lleva a un proceso continuo de conversión, que no nos dure solo unos días, sino que estemos en todo momento preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora en que se hará presente el Señor. Por eso la invitación toma más fuerza, porque nos es muy fácil desviarnos del camino. Ya sabemos que el bautismo que presenta Juan, es uno de conversión, uno que nos anima a limpiar nuestra vida interior de todo aquello que no nos deja crecer como personas y de todo aquello que nos aleja de la ternura de Dios.
Entre líneas del evangelio de este domingo, tomado de Lucas, se entre lee la caridad para con los hermanos, una caridad que simboliza compartir, el que tenga de más que lo sepa distribuir con sus hermanos, porque el otro también es parte de nuestro proceso de salvación, en el otro también el Verbo del Padre se encarna.
Si bien es cierto, Dios no volverá a Encarnarse en la forma de hace más de 2000 años, pero recordemos lo que san Vicente nos dice: “Otras tantas veces que vayas a ver a un pobre, otras tantas veces te encontraras con Dios”. En este tiempo el encuentro con Dios no es cosa de magos y de cosas sobrenaturales, Dios se encarna constantemente en el prójimo, en aquel que tenemos más próximo a servir. Hay que servir con el dolor de nuestras manos y el sudor de nuestra frente, nos recuerda san Vicente. Nuestra caridad, hermanos, que no sea una farsa, sino un testimonio fraterno del llamado solidario que muchas veces lo hemos escuchado repetir al Papa Francisco.
Queridos hermanos, que este tiempo de gracia que el Señor nos permite vivir para prepararnos a su nacimiento, produzca en nosotros los frutos necesarios, para acercarnos cada día más a la liberación de nuestras faltas, y que toda nuestra vida se fundamente en la cimiente de nuestra fe legada por nuestros padres.
Este adviento nos trae nuevas sorpresas, nos trae una nueva esperanza, que lo veremos reflejada en nuestra alegría de vivir junto con la Iglesia un nuevo nacimiento del Señor, no nos cerremos al amor de Dios, no le cerremos las puertas de nuestros corazones, que él nazca en cada hermano y que su nacimiento traiga una nueva forma de ver la vida, y nuestro mundo sea un nuevo amanecer en el que todos veamos el fin de tantas cosas malas que viene pasando.
Que sea una semana para ultimar los detalles y nos preparemos a conciencia para el nacimiento del Salvador del mundo.