Dejarle hablar y actuar a Dios
Era un joven de 17 años de edad, y tenía un deseo grande: ayudar a los demás. Sus papás lo sabían, pero él no les decía nada, sólo albergaba el deseo de ayudar. Por las noches se arrodillaba y le decía con lágrimas en los ojos a Jesús que lo tenía en una estampa: “quiero ayudar como tú lo hacías, pero no puedo”. ¿Sabes? Su dificultad, lo notaron todos y en todas partes: no podía expresarse bien en público, tenía dificultad para hablar. Llegó un momento en que le tocó, en su escuela, una exposición de historia. Miraba a su alrededor a ver quién se disponía para burlarse, pero no fue así. Sólo cuando empezó, los demás se quedaron con la boca abierta, ya que pudo exponer lo que quería y con una facilidad que todos al final se pararon a aplaudirle. A partir de ahí entendió: tengo que dejar a Dios hablar y actuar en mi vida.
¿Alguna vez le dejaste hablar y actuar a Dios en tu vida o se lo impediste? Eldad y Medad dejaron ese trabajo a Dios: “Habían quedado en el campamento dos hombres del grupo, Eldad y Medad…el espíritu se posó sobre ellos y se pusieron a profetizar en el campamento” (Num.11,25-29). ¿Saben hermanos? Es triste comprobar que cada vez más Dios está siendo relegado, cuestionado, apartado, etc. El relativismo religioso es fuerte en el mundo y en algunos sectores de la Iglesia también. Por eso es que muchos se debilitan en su fe o “la pierden”. Urge la necesidad de abrirse más a Dios para poder hablar y actuar como Él pide, en su nombre (cf.Col.3,17).
Jesús quería hacer entender a todos, empezando por Juan, que: “No se lo impidan, porque uno que hace milagros en mi nombre, no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a nuestro favor” (Mc.9,38-43.45.47-48). Por eso necesitamos “cortar” de raíz aquello que sea un impedimento para que Dios hable y actúe en cada uno. Aquel joven de la historia, le creyó a Dios y se dejó llevar por su Espíritu, ¿y por qué no nosotros?, ¿qué nos falta para que Dios se glorifique en nuestra vida? Ya es hora que le creamos más a Dios y que seamos dóciles al Espíritu sin cuestionamientos sin sentido. Advierte Jesús, en el evangelio de hoy, de cuidar de no ser una piedra de tropiezo para los que sí le creen a Dios, para aquellos que tienen el corazón limpio. Qué gran tarea permanente!!!
La Iglesia está llamada a ser siempre una Iglesia que Jesús quiere: hablando y actuando en su nombre.
Para ser dóciles al Espíritu: tenemos que abrirnos cada día más a Él, creerle más a Dios, vivir en gracia, creer en su palabra, vivir la comunión con la Iglesia. El ejemplo lo tenemos en la misma Virgen María que le dijo a Dios: “hágase en mí según tu palabra” (Lc.1,38). Que Dios nos conceda esta gracia.
Con mi bendición.