Queridos amigos
Danos de ese pan, le dijeron los judíos a Jesús cuando le oyeron hablar de “un pan bajado del cielo y que da vida al mundo” (Jn 6, 33-34). Aún comentaban sobre el rico pan que les había dado el día anterior y ahora les ofrecía un pan que el que lo coma vivirá para siempre (Jn 6,41-51). Sin duda esto era mucho más que lo que ellos se habían podido imaginar y desear. ¡Vida para siempre, con sólo comer de ese pan…! ¿¡Podría de verdad ese Jesús -que se decía bajado del cielo, pero cuyo padre y madre ellos conocían muy bien,- podría darles un pan de vida eterna!?
Lo terrible vino después, cuando aquel Jesús dijo algo que los escarapeló: Yo soy ese pan de vida, mi carne es lo que les he de dar a comer (Jn 6, 51). Lo dijo y lo repitió, para que no quedaran dudas. ¿Reacción de la gente…? La veremos otro domingo, pero ni que decir tiene que la mayor parte se desilusionó y pensó que el Maestro se estaba burlando de ellos o que se había vuelto loco (Jn 6, 60). ¡¡Comer su cuerpo!! ¿Habían oído bien? Era simplemente increíble. Pero dejemos la cosa aquí y hablemos de nosotros. ¿Cuál es nuestra reacción cuando oímos o hablamos de comer el cuerpo de Jesús? A la hora de la verdad hablamos mucho más de recibir a Jesucristo que de comerlo.
En la comunión recibimos a Jesucristo, decimos. Pero la comunión es mucho más que un mero recibir a Jesucristo y tenerlo en el corazón. La comunión es comer a Jesucristo, no sólo recibirlo. Comerlo como Pan de Vida, que nos transforma en Él, alimento que nos da Su salud corporal y espiritual, pues es fuerza de sanación. Nos hace cambiar a como es El y por lo tanto nos lleva a ser mejores y a cambiar el entorno en el que vivimos. Nos hace sentir que, pese a todo, tenemos la fuerza para cambiar el mundo. La comunión es en nosotros garantía de resurrección (Jn 6, 44) y germen de inmortalidad, pues su carne, Pan de Vida, da vida para siempre (Jn 6, 51)
Sin duda, a juzgar por lo que Jesús nos dice y por los hechos, tenemos que revisar nuestras ideas sobre la comunión (y sobre la eucaristía, ciertamente). Sobre todo esa idea de que comulgar es sólo recibir al Señor y tenerlo un rato con nosotros… y ya está. O la de que para comulgar basta con confesarse. Hemos visto lo que, según el evangelio de hoy (Jn 6, 41-51), Jesús espera de quienes comulgamos. Lo lograremos si, también según el evangelio, nos acercamos a la eucaristía con una fe viva, llevados por el Padre Dios, con quien nos preparamos para el encuentro con su hijo Jesús, y llenos del fuego del Espíritu, que lo transforma todo.