Queridos hermanos nos encontramos nuevamente para que juntos podamos meditar y reflexionar en torno al mensaje del Evangelio de este domingo. Es un tiempo propicio para mirar nuestras vidas y ponernos a pensar qué estamos haciendo con ella, nuestras obras hablarán por nosotros mismos, sin la necesidad de tener algún letrero que nos diga yo estoy haciendo, soy de este lugar, aplaudan…
El Evangelio nos presenta a este grupo de personas que comienza a interrogar sobre la legitimidad del mandato y el mensaje del Señor. Muchas veces puede pasarnos esto… pero qué se ha creído éste para que nos diga esto.
Muchas veces hemos actuado como jueces sin necesidad de serlo, Dios no nos ha puesto como jueces en el mundo, nos ha puesto para hacer de nuestras vidas junto con la de nuestros hermanos, un testimonio auténtico del reflejo de la voluntad del Padre, no somos nadie para juzgar, el Señor mismo no vino a juzgar, vino a presentarnos el mensaje de salvación, este mensaje de salvación nos permite meditar y reflexionar en torno a la actitud que tenemos frente a los hermanos, no podemos seguir convirtiéndonos simplemente en acusadores, no tenemos por qué hacerlo. No deberíamos juzgar, no deberíamos ponernos en el pleno del tribunal si antes no conocemos a la persona, si no conocemos el trasfondo de su mensaje.
Es cierto el Señor nace en un contexto que no lo permitía de alguna otra manera presentarse auténticamente como el Hijo del hombre, porque ya la sociedad política y religiosa estaba corrompida por aquellos que tenían en su mano el poder de decidir sobre las otras personas y nosotros no podemos seguir ese camino. El Señor es el Hijo del Carpintero, es el Hijo de María y es hermano de aquellos que nos acogemos a cumplir con fidelidad y responsabilidad el mensaje del Señor, “mi madre y mis hermanos son aquellos que cumplen la voluntad de mi Padre.” Ese es el centro del mensaje del Evangelio: cumplir lo que el Señor nos manda y cumplirlo haciéndolo vida en nuestra persona.
Queridos hermanos y hermanas, que el mensaje de este domingo realmente nos haga pensar y meditar sobre los prejuicios mal intencionados que tenemos hacia las otras personas, debemos desterrar esta actitud negativa en nosotros para poder dar paso a la virtud del amor y de la acogida que el Señor nos presenta. No seamos jueces, no lo sigamos siendo, seamos hermanos que nos tendemos la mano, no que nos pongamos el pie para caer y si en algún momento caemos, como hermano tiende la mano al otro y ayúdalo a levantarse.