LA INSISTENCIA DE DIOS POR ENCONTRARSE CON EL SER HUMANO

El profeta Ezequiel, perteneciente a la familia sacerdotal, recibe el llamado de Dios en el tiempo mismo del exilio. Esta terrible experiencia marcó el destino de Israel, pues tuvo que replantearse su vocación de pueblo elegido y Dios suscitó la voz de este profeta para devolver la esperanza a un pueblo que se había enceguecido y obstinado en su pecado. Si antes la voz de los profetas había insistido en la prevención y advertencia, ahora esta voz se abría paso para provocar el arrepentimiento y suscitar esperanza en el contexto de la decepción y el fracaso. Dios no quiere que Israel caiga en la confusión, y por eso la voz del profeta de Dios no callará, pero este tendrá que sufrir mucho para que sus hermanos dejen de resistirse y se abran a la misericordia de Dios.

Pablo, dentro de su apología ante quienes lo acusan de que no es apóstol, da a conocer que su motivación para continuar en la misión no procede de deseos humanos sino de iniciativas de Dios. Él mismo se confronta para que no sean sus ansias las que dominen su vida sino la voluntad de Dios. De allí, que, en este fragmento, revele alguna dolencia o enfermedad que le representa una gran lucha interior, y lo atribuye a la argucia de Satanás, pero que no lo invita a decaer sino todo lo contrario, apoyado en la gracia de Dios le hace más fuerte para llevar adelante su empresa misionera. Una vez más para sorpresa de muchos, Pablo revela su alegría en medio de las debilidades y sufrimientos, de todo lo negativo que vive, porque entiende que hasta entre esas realidades complicadas de entender, hay un misterio oculto de esperanza que le renueva las fuerzas, porque su apostolado no procede de un deseo humano sino del impulso divino del Espíritu en él. ¿Quién podría haber dejado tanto para viajar por todo el mundo antiguo y llevar el evangelio como lo hizo este gran apóstol?

Uno de los conflictos más notorios que señala el evangelio de Marcos es la poca aceptación de sus familiares y coterráneos galileos al ministerio de Jesús. Obviamente, las expectativas de la llegada de un Mesías estaban latentes, pero para gente tan sencilla les resultaba poco probable que un artesano de Nazaret con quien habían crecido sería el elegido por Dios para algo tan trascendental. No parece raro que se hubiese dado esta desconfianza en él convirtiéndose en las habladurías de sus vecinos y conocidos. Ahora bien, este evangelio fue escrito mucho tiempo después de la muerte y resurrección de Jesús. ¿Por qué esta insistencia de citarlos de esta forma a la llamada “familia de Jesús”? Muchos estudiosos nos hablan que aquellos que llegaron a la primitiva comunidad de Jerusalén como Santiago, el hermano del Señor y Judas hermano de Santiago, luego de los acontecimientos pascuales, se convencieron de que Jesús era el Hijo de Dios, y quizá un sector de cristianos, como los que representaban el evangelista Marcos, sentía que pudiera esto llevar a una especie de conflicto comunitario. ¿Quién puede ser el verdadero discípulo de Jesús? ¿Quién realmente era la familia de Jesús? Pues la óptica del evangelista y de muchos sería sin lugar a dudas, asegurar que el discipulado no dependía de posibles lazos de sangre o de vecindad, sino de fidelidad al seguimiento de Cristo. Este sería un buen punto de reflexión: ¿me siento “conforme” con ser bautizado? ¿Eso me basta para decir que soy verdaderamente católico o creyente? Nuestro ser discípulo nos invita a ponernos en acción no a sentirnos seguros de una condición. Dios no se cansará de alzar la voz de los profetas para que salgamos de nuestra rebeldía, y requerimos confiar más en Él incluso cuando pensemos que todo va en contra nuestra. Como ha dicho últimamente el Sr. Nuncio Apostólico del Perú: “hoy, no basta con ser creyentes tenemos que ser creíbles”.

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