La liturgia de la Palabra en el evangelio de la Eucaristía nos presenta la incomprensión y rechazo que sufre el Señor en su intento por anunciar el Reino de Dios entre sus propios conciudadanos. Jesús visita a su pueblo de Nazareth y, lo que supuestamente debiera ser motivo de alegría y honor, se convierte en una situación de asombro e incredulidad. No podían imaginarse que de una familia humilde, sencilla y pobre pudiera surgir una persona tan conocida por sus prodigios y por la radicalidad de sus palabras. Jesús pudo haber realizado allí algún milagro para que reconocieran su identidad como Hijo de Dios pero no lo hizo porque prefería presentarse ante las personas desde la fe y la humildad.
El movimiento profético, su gestación, consolidación y fines específicos, es muy importante en la historia de la salvación. Dios llama a los profetas a anunciar la esperanza, a afianzar la fe en el pueblo y a luchar por la justicia, el amor y la paz. También tienen que denunciar lo que va en contra de ese plan de Dios, remover corazones y fomentar el espíritu de conversión, transformación de vida, cambio interior. Por eso en la misión del profeta se da el drama, el desconcierto, la incomprensión y, en muchas situaciones, la persecución. El compromiso por Dios será más fuerte que sus propios miedos y, ayudados y motivados por el Espíritu del Señor, reemprenderán siempre el camino.
Hoy en día también existen profetas. Es más, cada uno de nosotros desde la herencia y el impulso del Espíritu somos profetas por el bautismo. Y muchas preguntas pueden surgir a partir de nuestra misión profética. ¿Nos dejamos “sorprender” por el Espíritu de Dios para actuar como profetas en un mundo de incomprensión y rechazo a los valores del evangelio?. ¿Somos portadores de esperanza, de semilla del Reino ante tanto pesimismo y desilusión?. ¿Conectamos la alegría del deber bien cumplido por la instauración del Reino?. ¿Denunciamos lo que va en contra de la semilla de Dios?. ¿Obstaculizamos la labor de los profetas en nuestro propio ámbito donde nos desenvolvemos?.
Dios se hace presente en medio de nosotros. Seamos agentes activos de seguimiento y evangelización. No aislemos ni minusvaloremos la presencia del Espíritu que se hace realidad en la gente sencilla en medio de nuestras comunidades cristianas. Allanémosles el camino.