EL MAYOR NACIDO DE MUJER
No hay otro mayor nacido de mujer que Juan el Bautista, y la liturgia corrobora esta afirmación bíblica llevándonos a contemplar en este domingo el nacimiento del último de los profetas. La primera lectura nos presenta la vocación del “Siervo del Señor”, personaje misterioso, pero que en esta oportunidad nos acerca más al tiempo del destierro, y que trae consigo un mensaje profético de esperanza en donde la exclusividad de Israel devendrá en la apertura a las naciones extranjeras en el propósito de reunir a las tribus de Israel. Tal misión no es un capricho ni una iniciativa humana sino corresponde al deseo de Dios, de allí el énfasis a repetir que desde el vientre materno aquel Siervo ha sido llamado por el Señor. La presencia de este Siervo genera sorpresa y admiración pues su vocación queda representada con armas para luchar y defenderse: espada afilada, flecha punzante; pero ambas escondidas y guardadas para el momento oportuno. La segunda lectura nos ofrece uno de los primeros modelos de predicación con las raíces propias del Antiguo Testamento, quizá de la tradición judeo-cristiana (Mesías, descendiente de David), puesto en boca de un Pablo, todavía aprendiz, en la primera misión de la comunidad de Antioquía junto con Bernabé. Se hace constar el papel importante de Juan Bautista, conocido por la presencia de muchos discípulos suyos en tiempos de la primitiva comunidad cristiana, a quien ya se le reconoce como el precursor de la venida de Jesús, apelando a las palabras recogidas ya en la tradición de los evangelios, donde se afirma sin tapujos que Juan no era el Mesías. Finalmente, el evangelio de Lucas, nos ha dejado este testimonio en sus primeros capítulos de unas historias donde se vinculan dos etapas de la historia salvífica: la de los antepasados y la de los últimos tiempos. El Israel vetusto y sin frutos, viviendo en la desconfianza de que Dios pueda cumplir sus promesas queda representado por Isabel y sobre todo Zacarías; mientras que se ven contrastados por María, la fiel servidora del Señor, quien con humildad se abrió a la gracia del Espíritu Santo y acudió presurosa a confirmar lo dicho sobre Isabel. Así, el nacimiento de aquel hijo de Zacarías se convierte en la primera manifestación de los tiempos nuevos, pero esto no se llevará a cabo si Zacarías no proclama el nombre de aquel niño revelado a él por el ángel Gabriel. “Su nombre es Juan”, se convierte en la aceptación de la gracia de Dios para Israel en la persona de Zacarías y es este el momento en que ya no hay trabas a su lengua para proclamar abiertamente en primer lugar el cumplimiento de las promesas sobre la casa de David y luego la misión de su hijo, hermosamente elaborado en la composición hímnica llamada en la liturgia el Benedictus. Este primer niño nacido en estos primeros relatos del evangelio de Lucas se convierte en el renacimiento de la voz de los profetas, llamados a hacer volver los corazones a Dios, pero ahora para prepararlos a los últimos tiempos, para la venida del Salvador.
Todos hemos sido llamados por Dios desde el seno materno para una misión que estamos llamados a descubrir con la ayuda de nuestros padres, con los acontecimientos de la historia, con las luces y sombras de nuestras decisiones. Aquel niño aprendió a asumir su vocación y a eso estamos llamados todos. Algo de Juan Bautista debemos tener, eso es seguro, y es ayudar a preparar los corazones para que muchos hermanos puedan abrir su corazón a la Buena Nueva que Dios les tiene preparado. Gracias Juan Bautista por tu testimonio de fidelidad y que podamos cantar contigo al Señor: “Te doy gracias Señor porque fui formado de manera tan admirable”.