Iniciamos, con este domingo, el tiempo pascual, un periodo litúrgico que centra nuestro itinerario espiritual en la resurrección del Señor, acontecimiento esencial, único y prioritario, en nuestra vida de fe. “Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe” (1 Cor 15,14). La instauración del Reino de Dios, el anuncio de la Buena Nueva se hace presencia y realidad a partir de la experiencia del Señor resucitado. Un Reino que es construcción y tarea, gracia del Espíritu y voluntad del hombre que se va construyendo en el mundo en que vivimos como peregrinaje hacia la eternidad.
Tres palabras son claves para abordar este gesto generoso del Señor, su propia resurrección, solidaria y compartida, que nos lleva de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia: alegría, esperanza, testimonio.
La alegría: las lecturas de la liturgia de la palabra nos hacen vivir el gozo permanente y activo de la resurrección del Señor. Una alegría externa pero, a la vez, interiorizada, que nos descubre la profundidad del acontecimiento salvífico de Cristo. ¿No nos sentimos hambrientos de alegría y felicidad ante un mundo superficial que no satisface nuestras aspiraciones?. Penetremos en “el agua viva” de Cristo resucitado, dejémonos envolver por su presencia y nuestra vida se convertirá en un remanso de armonía y paz.
La esperanza: Cristo resucitado inaugura “un cielo nuevo y una tierra nueva”. En esta doble dimensión, inseparable, estriba la esencia de la esperanza cristiana. Nuestro mundo es construcción, camino, expectativa. El reino de Dios se da en el aquí y ahora que nos toca vivir y se consuma definitivamente en la otra vida. Nuestras tensiones y preocupaciones del presente, nuestros vacíos interiores, son relativos ante la grandeza de un Dios que nos abre horizontes nuevos. Dejémonos envolver por el optimismo, la ilusión, que nos marca el amor de Cristo resucitado.
El testimonio: María Magdalena, otras mujeres, los discípulos del Señor… al comprobar que Cristo resucitó sienten el impulso de la fe, la agitación especial que marca sus vidas, y anuncian a los demás lo que ven y sienten. Esta experiencia transforma sus esquemas y objetivos y los lleva a testificar de palabra y de obra el mensaje aprendido y vivido junto al Señor. ¿Sentimos nosotros la misma presencia gozosa de Cristo resucitado en nuestras vivencias personales? ¿Ante un mundo de indiferencia secularizante nos comprometemos a ser testigos de Cristo resucitado?. ¿Somos verdadero discípulos y misioneros de Cristo en los ambientes donde nos desenvolvemos?