Jesús es nuestro Rey
¿Te acuerdas Jesús cuando tú pasabas por Jerusalén?, mucha gente te gritaba: “Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor”. ¿Y cuántas de estas personas alfombraban las calles de Jerusalén con ramos? Qué maravilloso cuadro, Jesús, qué maravillosa escena. Cuando tú pasabas, muchos te miraban, ponían su confianza en ti, se acercaban a tocarte, habían escuchado hablar de ti, habían sido testigos de tu poder maravilloso, habían recibido muchas bendiciones, tu madre María siempre silenciosa y con sus ojos de paz y esperanza también se unía a esa procesión.
En medio de esas alfombras, no hacían otra cosa que gritarte, alabarte, ensalzarte…y te reconocieron rey. Qué gran título te mereces, ¿y sabes por qué? Tú mismo decías: “el que quiera ser el primero (el rey) que se haga el servidor (el último) de todos” (Mc.9,35). ¿Y sabes cómo vienes? Tu profeta Isaías lo dice: “para saber decir una palabra de aliento al abatido” (Is.50,4-7). Este día es día de reconocer al bendito que viene en el nombre del Señor.
¿Sabes querido hermano y hermana en la fe que hoy también Jesús quiere pasar por la Jerusalén de nuestra vida para llenarla de sentido? ¿Qué alfombras le puedo ofrecer?: ¿la de la indiferencia?, ¿la de la soberbia?, ¿la del molestarse porque me corrigen?, ¿la de la falta de fe?, ¿la de la falta de tiempo para estar con Jesús en cada Eucaristía a solas o con la familia?, ¿la de la falta de amor por la Iglesia?, ¿la de la falta de coherencia de vida?, ¿la de la mentira y el egoísmo?, ¿la de la falta del respeto por la dignidad de la persona?, ¿la de la superficialidad?, ¿o la de una fe inquebrantable?, ¿la de una conversión sincera?, ¿la alfombra de la apertura a Dios cada día?, ¿la de la conversión permanente?…
Jesús, entre otras cosas, tuvo un acto de humildad inmensamente grande y hermoso: “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo…actuando como un hombre cualquiera, se REBAJÓ hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz” (Filp.2,6-11).
Un Rey como Él, no dudó en hacerse uno como nosotros, para que pueda transformar nuestra vida por su sola gracia.
Todo Domingo de Ramos y cada Viernes Santo de cada año siempre se lee la pasión de Jesús, según sean las versiones de cada evangelio.
¿Pensamos que lo de la crucifixión de Jesús fue un hecho del pasado y “digno” de verlo en las películas o teatros?, ¿pensamos que los dolores de Jesús en la cruz ya no se dan en el hoy de nuestra vida?, ¿pensamos que lo del Gólgota es un simple recuerdo “bonito o lleno de admiración”?, ¿creemos que Jesús no sigue llorando y derramando su sangre desde la Cruz por nuestro pecado?
Los mismos que cantaban alabanzas en la entrada de Jerusalén son los mismos que crucificaron al Maestro, al rey de toda la vida: a Jesús. Amigos le dieron la espalda y uno de ellos le traicionó, autoridades “guardaron” su reputación e hicieron caso a la mentira y a la burla, reemplazaron al rey por un ladrón, gritaban: “crucifíquenlo”….pero Jesús guardaba silencio y miraba. Hoy hay gente que acudió en uno o muchos momentos a misa, a una charla, jornada, retiro espiritual, grupo parroquial, movimiento o asociación de Iglesia…que se “emocionó” hasta las lágrimas por todo eso, y ahora le da la espalda a Jesús mismo, no desea nada de la Iglesia, no desea confesarse, ni comulgar, ni comprometerse a servir a los pobres (que sólo se acuerdan por navidad o por campaña política), etc. ¿Falló Jesús o fallamos nosotros?
Su silencio y su mirada fue, es y será siempre de bendición redentora. Él quiere ser nuestro rey, a pesar de que le demos la espalda, pero no le fallemos más. Que con nuestros actos, pensamientos, miradas podamos decir: REINE JESÚS POR SIEMPRE, EN NUESTRA PATRIA, EN EL MUNDO ENTERO, EN LA IGLESIA, EN TODA AUTORIDAD, EN CADA POBRE, EN CADA PERSONA QUE LE SIGUE DANDO LA ESPALDA…
Jesús es nuestro Rey.
Con mi bendición.