El evangelio de hoy (Jn 12, 20-33) es uno de los evangelios dominicales más patéticos e importantes sobre Jesús. Lo escribe el evangelista Juan como pórtico de entrada a la Pasión, Muerte y Resurrección (Exaltación) del Señor, que empezaremos en 7 días más con el Domingo de Ramos (12, 12-17). Y lo escribe recogiendo la respuesta de Jesús a unos griegos de la diáspora judía que han pedido hablar con Él. En la forma de una sencilla parábola, que conocemos como la parábola del grano de trigo. Jesús, con el corazón en la mano nos habla del misterio de la vida y la muerte, de Su vida (tiene los días contados) y de Su muerte. Hasta el Padre Dios hará oír su voz glorificando al Hijo.
El Maestro viene a decirnos que en nuestras vidas aparentemente no pasa nada, como no le pasa nada al grano de trigo que puede estar por decenas de años dentro de una vasija. Pero hagan que el grano caiga en tierra, entonces rompe, brota un tallo y sale una espiga cargada de nuevo y abundante trigo. Así es nuestra vida dice Jesús. El grano de trigo que es cada uno de nosotros va germinando aún sin darnos cuenta, con lo bueno y lo malo que hacemos. Hasta que un día caemos en tierra (la muerte) y nos abrimos para Dios, presentándole la espiga de nuestra vida. ¿Con bueno y abundante trigo? ¿Con buenas y abundantes obras?
Para Jesús los nutrientes que alimentan y hacen germinar el trigo que somos cada uno de nosotros, son la oblación (entrega) de sí mismo y el servicio. Darse al otro sin pensar en sí, con generosidad total y sin pedir nada a cambio. Servir generosamente al Señor en los demás, vivir para servir… No es nada fácil, pues para ello hay que ir a contracorriente del “mundo” (1 Jn 2,16). Y aceptar y vivir la llamada paradoja de Jesús: que “el que ama su vida (piensa sólo en sí mismo), la destruye (se perderá); y que “quien se olvida de sí en este mundo (se olvida por los demás), la conserva para la vida eterna” (Jn 12,25; Mt 16, 25).
La propuesta que Jesús nos hace puede parecer difícil, pero no es imposible. Es lo que Él mismo vivió y practicó, tanto que viene a ser su retrato hablado. A Él le costó sangra, sudor y… muerte en la cruz. Pero como recompensa tuvo la glorificación del Padre y el ser imán de atracción (centro de unidad) de todo. Para nosotros una vida en oblación y servicio tiene aparejada una gran recompensa, que el mismo Padre Dios, en persona, nos dará. La dará también en esta vida, porque quien así vive, dice Jesús, está juzgando al mundo con su comportamiento y está echando fuere y venciendo al Príncipe de este mundo.