El evangelio del día de hoy nos ofrece la escena, dura y enérgica, de la expulsión de los vendedores del templo que lo habían convertido en un lugar de mercado. No estamos acostumbrados a presenciar una reacción de Jesús tan contundente y, aparentemente, “impulsiva”. Marcado por la serenidad y el estilo de autoridad desde la persuasión y el convencimiento de palabras y obras que le caracteriza nos resulta un poco extraño una toma de postura de este estilo. ¿Por qué reaccionó el Señor así? Es la pregunta espontánea y legítima que nos podemos hacer.
El templo dejó de ser lugar de encuentro con Dios y se convirtió en un mercado de compra-venta y Jesús con su acción purificó aquel lugar que solamente debía ser espacio de oración con Dios y con los hombres. También en nuestra vida el síndrome materialista nos impide ver y manifestar la hondura de nuestro corazón (“templo de Dios”) y las acciones positivas que deben surgir de él. Cuando convertimos “en templo el dinero” se puede diseñar un departamento agradable pero no crear un hogar cálido. Con dinero se puede comprar una cama cómoda pero no un sueño tranquilo. Con dinero se puede adquirir nuevas relaciones pero no despertar una verdadera amistad. Con dinero se puede comprar placer pero no felicidad. El dinero abre muchas puertas pero no abre la puerta de la voluntad y de la mente a Dios.
Por eso Jesús, especialmente en este tiempo de Cuaresma, nos sigue llamando a la conversión. A realizar una verdadera transformación interior y exterior de nuestra vida. A cambiar el corazón, duro y materialista, en un corazón acogedor, amistoso, solidario con los demás. A optar por una vida sincera y transparente, veraz y fiel, que nos lleve a ser templos de Dios sin profanaciones.
Creer en “Espíritu y en verdad” (Jn 4,20-24) va a suponer aceptar incondicionalmente el plan de Dios; evitar los falsos ídolos que nos impiden y alejan el encuentro y seguimiento con el Señor que nos llama y hacer de nuestra vida, en todas las circunstancias que conlleva, un templo agradable donde se sienta acogido, amado y adorado.