CONSUELO DE DIOS: “SE HA CUMPLIDO EL TIEMPO”
Hemos entrado en el desierto cuaresmal y la liturgia de este domingo nos ofrece algunos elementos importantes para la reflexión semanal. El relato (o relatos, porque parece que son dos finamente hilvanados) sobre Noé, recopilado en el libro del Génesis, ha suscitado la perplejidad y los deseos de investigar acerca de la veracidad de los hechos narrados, y en ellos los curiosos, los científicos e historiadores se han roto la cabeza indagando la posibilidad de que se haya dado un gran diluvio universal. Como tantas veces se ha podido advertir, de que los escritos de la Biblia no tienen como finalidad sustentar teorías científicas y menos creer que es una especie de crónica de la historia humana, les pido que tengan en cuenta que estamos ante uno de los relatos más comentados dentro de la mitología del mundo oriental antiguo (Mesopotamia), pero interpretado desde la fe en el Dios de Israel. La gran pregunta por el mal y su extensión por la humanidad ha generado diversas explicaciones desde los mitos que guardan en sí una verdad de sentido más que una verdad científica. Por eso, al no poder darle al mal un origen “desde el principio” (solo Dios y su bondad está), se relata de esta forma tan colorida no solo su origen sino sus consecuencias que sí atañen el presente de quien lo cuenta. Por tanto, este episodio de la bendición-alianza con la que culmina este relato de Noé pasa a significar no solo una vuelta hacia la esencia de la creación sino un verdadero comienzo. Muchos hablan del significado del nombre “Noé” como vinculado al término “consuelo”, y es que, gracias a la obediencia y persistencia en la bondad de Noé y su familia, no solo “calmó” la inevitable ira de Dios, sino que reveló su misión para las futuras generaciones: la de consolar a los hombres ante la desgracia que puede acarrearle el pecado. Es la segunda vez que en la Biblia aparece la palabra “alianza” y viene a corroborar el pacto que hizo de Dios con Noé de salvarlo por medio del arca, a él y a su familia (Gn 6,18), porque en definitiva la cumplió. El autor (o autores) intenta justificar los efectos de esta nueva creación como la absoluta reserva para Dios del don de la vida y el cambio de la dieta alimenticia. Se interpreta la aparición del fenómeno óptico que aparece después de las lluvias que llamamos arco iris como signo del pacto que ha hecho Dios con la humanidad de no destruirla, así se cumple bien a cabalidad aquel refrán: “después de la tormenta, siempre viene la calma”. La memoria del judaísmo ha traído a colación la reflexión e interpretación de este relato que lo ha llevado a releerlo y reinterpretarlo como lo hiciera el mismo Jesús, Pablo, y los judeocristianos de fines del s. I d.C. como lo demuestra la primera carta de Pedro. Para el autor cristiano de esta carta, el efecto salvador de Cristo es para todos los hombres, y de todos los tiempos, porque el mal a pesar de ser tan fiero y expansivo (como lo retrata bien el relato del Gn) no puede vencer el bien, manifestado en la voluntad salvadora de Dios. Por eso, el autor lo relee y lo refiere a la experiencia bautismal del cristiano, que por medio de las aguas no solo obtiene la purificación corporal sino le ayuda a confirmar que su Salvador, Señor de todo lo que existe, es su garante para una salvación eterna. Esta misma idea de la nueva creación se fundamenta a partir de la expectativa mesiánica que subraya brevemente el evangelista Marcos luego del episodio de las tentaciones y que ha sido comentado por tradiciones judías rabínicas (vuelta al Edén donde están las fieras, la aparición de ángeles). Ante la presentación de Jesús en la teofanía del Jordán, Juan Bautista sale de la escena para situar a Jesús como el Mesías esperado, en quien la presencia del Reino se hace patente pues ha “llegado a plenitud el tiempo”, lo que motiva a la conversión y la aceptación de esta Buena Nueva. Dios no permitirá que nos agobie la maldad, Dios cree que en el corazón de los “Noé” de la historia siempre habrá un espacio para la bondad, la cual le llevará a la salvación que Dios le promete. Es tiempo de gracia, es tiempo de salvación: “Señor instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad”.