El evangelio de este domingo nos presenta al Señor Jesús ya en plena realización de su misión, aquella que le ha encomendado el Padre al enviarlo a este mundo.
Como buen judío cumple con lo prescrito por la Ley y por eso el evangelio nos hace notar que salía de la sinagoga en Cafarnaún, lugar del culto del pueblo, no solo Él sino que lo acompañan aquellos que fue llamando para que sean sus discípulos, al salir se dirigen a la casa de Simón donde se encuentra con que la suegra de este se encuentra con fiebre y por eso está guardando cama y Él acercándose a la enferma la toma de la mano y la levanto, todo esto en silencio, solo el gesto de acercarse y tomarla de la mano, ninguna palabra. Lo cierto es que aquella mujer se siente curada pues la fiebre ya no la acompaña y prueba de ello es que se puso a servirles.
Este gesto del Señor Jesús desencadena una reacción en cadena de tal manera que al atardecer todos los que tienen algún enfermo o endemoniado en su familia vienen trayéndolos hasta la casa de Simón y más todavía toda la población se agolpó a la puerta porque sabían que allí estaba el que enseñaba con autoridad y no como los maestros de la Ley, estaba el que los había dejado asombrados ya que fueron testigos de cómo hasta los espíritus inmundos le obedecían, he ahí la razón de traer a sus enfermos y endemoniados pues tenían la esperanza que el Señor les devolviera la salud y los liberase de los malos espíritus, y su esperanza no fue defraudada ya que el Señor curo a muchos enfermos y libero a muchos poseídos. De ellos se podría decir que “tenían fe” en contraposición de los vecinos de Nazaret de quienes se “asombraba de su falta de fe”.
Aquí la fe de la que se habla es más bien de lo que la gente cree, no se trata de la fe que reclamará el Señor para el Padre, esa fe que ya no es PEDIR sino más bien HACER, que es eso a lo que nos referimos en “hacer la voluntad de Dios”. Es llegar a descubrir que la fe es HACER lo que Dios quiere que hagamos sus hijos e hijas y no como muchos por alguna razón hemos terminado creyendo que Dios debe hacer lo que nosotros queremos.
Luego del descanso nocturno el Señor muy temprano salió a ORAR en lugar solitario, pues muchas veces la soledad del lugar es un buen componente para entablar el diálogo con Dios, nuestro Padre en la oración, donde más que hablarle nosotros a Él se trata de dejarnos hablar por Él y nosotros escuchar y nada distraiga nuestra atención y así enterarnos de aquello que nuestro buen Padre nos quiere revelar…
Aquella conversación entre el Hijo y el Padre pudo haber versado más o menos así: Padre no te parece que la gente se está confundiendo conmigo, lo digo porque temo que me confunda con un gran curandero, o sanador, ya viste como anoche me trajeron a sus enfermos y poseídos para que los sanara y los liberase, y si ellos se cofunden entonces lo que tengo que predicarles de tu parte ya no le van a prestar atención. Le responde el Padre diciéndole Hijo no te preocupes por eso más bien esta alegre porque no es verdad que la gente se aglomera en torno tuyo, pues para que veas ahí tienes la oportunidad de anunciarles la BUENA NOTICIA que de mi parte debes hacerles llegar, tu sigue sanando sus enfermos y liberando a sus poseídos ya que ellos al ver los signos que haces van a saber reconocer que el Reino de Dios está cerca de ellos.
Es aquí que se acerca Simón y su compañero a decirle que todos lo están buscando, pero el Señor les contesta que deben ir a otra parte pues debe predicar en todos los pueblos para cumplir la tarea que ha recibido de su Padre y de esta manera les hace conocer a ellos cuál es su misión en favor de los que habitan los pueblos.