BUSCANDO EL FAVOR DE DIOS
El libro de Job es una de las joyas de la literatura del mundo antiguo, pero es para nosotros, los creyentes, Palabra de Dios. Sus párrafos tocan un aspecto sensible de la vida del ser humano: el sufrimiento, pero un sufrimiento en el que es preciso decir algo a Dios. Después de los primeros capítulos en donde Job se presenta como modelo de paciencia extraordinaria ante las desgracias que le sobreviene, la sección larga en poesía destapa al verdadero Job cuestionado e indignado por una teología (la de la retribución: Dios bendice a los justos y castiga a los malos) que cree no se aplica en su caso, y pide una explicación a Dios. Sus palabras reflejan una especie de pesimismo ante el curso de la vida, comparándolo con el cumplimiento del deber de un soldado o un trabajo cotidiano que solo tiene como beneficio el salario respectivo, y termina cuestionando el para qué vivir. ¿Cómo puede el hombre buscar ser justo y recto en esta vida sabiendo que debe afrontar el terrible acoso de la enfermedad y la muerte? Para Job son realidades incompatibles, viviendo así no se puede acceder a la felicidad. Sin duda, no nos debería extrañar tanto estas palabras, puesto que en situaciones límites también las pensamos. Creo yo, son expresiones naturales de un creyente que intenta aferrarse a su esperanza y busca madurar en su proceso de discernimiento de fe.
Seguimos en la segunda lectura, escuchando a Pablo exhortando a sus hermanos de Corinto. Este fragmento se encuentra dentro de una apología del apostolado de Pablo. Ya que él no había conocido al Jesús histórico, no había formado parte del círculo de los apóstoles ni había sido testigo de la resurrección, para muchos judeocristianos Pablo no podría ser considerado apóstol. Por eso, Pablo defiende su apostolado porque confiesa que ha tenido una experiencia vocacional de Cristo resucitado, y da a conocer a los corintios que su abnegada labor misionera es una expresión creíble de su vocación. Es por eso, que no quiere apoyarse en el “derecho del apóstol” de ser atendido por las comunidades sino cree que puede salir adelante sustentándose con su propio trabajo, distanciándose así de los “apóstoles itinerantes” que desarrollaban sus misiones exigiendo que la comunidad les atendiese en sus necesidades. Además, se siente más que apóstol, es un “esclavo” para sus hermanos: para los que son judíos siendo uno más, pero ya no viviendo bajo la ley; y para los no judíos viviendo entre ellos, pero apoyado en la ley de Cristo. Evangeliza a ambos para ganarlos a la causa de la fe en Cristo, porque considera que su misión es la fuente de su identidad.
El evangelio que leemos forma parte de una sección llamada por lo estudiosos bíblicos “un día con Jesús”. Siendo sábado y luego de la expulsión del espíritu inmundo del hombre en la sinagoga de Cafarnaúm (Mc 1,21-28) se dirige a la casa de Simón. Luego al atardecer tiene esta visita de enfermos y endemoniados para ser sanados. Por la madrugada se va a orar en solitario y por la mañana ya le avisan que lo vienen buscando para finalmente disponerse a salir a otras regiones de Galilea. Como vemos, Jesús tiene un día muy ocupado. El estado febril de un enfermo también era considerado como una especie de posesión. Jesús, tomándola de la mano, la sana y el efecto inmediato de aquella mujer recuperada es ponerse al servicio de sus huéspedes. Su fama de taumaturgo y exorcista provoca la asistencia en masa a su casa en Cafarnaúm y nuevamente se insiste en el silencio que les impone a los espíritus impuros expulsados. A pesar de tanta actividad, Jesús se da un tiempo para orar, para encontrarse con su Padre. Pero ya pronto están buscando a Jesús, quizá no tanto para seguirle sino para obtener algo de él como un milagro de sanación, pero es el primer paso. Jesús debe continuar llevando la Buena Nueva y este día se convierte en un aprendizaje para sus primeros cuatro seguidores.
Hoy como ayer muchos hombres y mujeres siguen buscando a Dios, quizá confrontados con sus males y enfermedades buscan una salida, un milagro, una oportunidad; otros tantos cuestionan lo que se les viene sucediendo y elevan su indignación a quien ponen toda su esperanza. Todos en definitiva nos sentimos necesitados de un favor divino: sanación, comprensión, perdón. Y allí está Dios enviando a sus mensajeros, a sus evangelizadores, a sus apóstoles; a aquellos que son llamados a sanar las heridas de los hombres y a vendar sus heridas. Déjate amar por Jesús quien, aunque parezca no tiene tiempo, está pendiente en todo tiempo de lo que te pasa y eleva una plegaria al Padre por ti, por mí, por todos.