El evangelio de San Marcos nos presenta en el día de hoy a Jesús en Cafarnaún, aldea de pescadores situada al norte del lago de Galilea. Poco a poco, Jesús, con la ayuda de los discípulos recientemente elegidos, gana adeptos con su predicación y estilo de vida. Lo que más novedoso les resultaba a todos los que le escuchaban es que “les hablaba con autoridad” (Mc1,22). Jesús se manifiesta así porque no enseña unas lecciones aprendidas de memoria sino que enseña un modo de vivir, una Buena Noticia que responda a los anhelos y preocupaciones del hombre. La autoridad del Señor estriba en una llamada a la conversión, a la purificación de la vida desde la fe y a la adhesión a un mensaje vivo como signo de salvación.
El ejercicio de la autoridad en el Señor es liberación y servicio. Así lo atestigua el signo que realiza al retirar un demonio a una persona que se sentía esclava de él. Anunciar el evangelio es mostrar cómo Dios obra y salva al hombre desatando las fuerzas que le oprimen y no le permiten realizarse como persona. En el hombre pueden existir fuerzas interiores del mal que le influyan decisivamente y le corten el desarrollo integral al que está llamado por su propia dignidad personal. Jesús, sensible a liberar a todo hombre oprimido por cualquier mal, no puede permitir que la conciencia y autonomía personal quede menoscabada por las fuerzas del mal. Por eso va a salvar a quien se siente dominado por algo superior a él y demostrará con este signo la ternura y sensibilidad para paliar las necesidades de cualquier tipo. La autoridad del Señor para liberar y sanar no surge por el poder o el privilegio sino que procede desde la fidelidad a Dios y desde el compromiso que siente, marcado por el sentimiento y la decisión, de ayudar a los demás. Jesús es aceptado porque es coherente entre lo que predica y practica. Vive acorde con sus palabras y testimonia con los hechos.
El mundo actual contrasta con el ejemplo del Señor. Existe una profunda crisis de autoridad en la sociedad, en la familia, en los centros de educación. Se confunde autoridad con poder y se aspira a mandar sin ese espíritu de servicio y ejemplo imprescindible para que las personas crean y acepten las decisiones que se ordenan. Los cristianos gozaremos de autoridad en la medida en que sintonicemos con la Palabra de Dios y actuemos desde una conducta coherente con ella. Nuestra autoridad procede de la fidelidad al Espíritu del Señor.