HACIENDO RECTO EL CAMINO
El llamado “Libro de la consolación” con que se abre la segunda parte de la profecía de Isaías, sorprende al agudo lector, porque es Dios quien ruega a su pueblo que vuelva a confiar en Él. Israel ha vivido el exilio, y en el dolor de tal experiencia recriminó a Dios el no haber intervenido a su favor. La lejanía y el cautiverio, aunque al comienzo provocó una crisis de fe, poco a poco le fue llevando a considerar que la culpa no era de Dios sino de su pecado, y esto gracias a la voz de los profetas. Ante el regreso, es Dios el que intenta hacerle caer en la cuenta de que la lección ha tenido que ser aprendida, pero Israel aún tiene dolor y se resiste a aceptar nuevamente a Dios como su Dios. Es ahora el tiempo de Dios, el tiempo de la nueva oportunidad y es preciso que Israel haga lo posible para que albergue en su corazón a este Dios que viene al monte santo, allí donde es preciso que la voz del anunciador de buenas nuevas prorrumpa en alabanzas, porque han experimentado al fin el calor del pastor que cobija a sus ovejas.
La carta de Pedro, escrita ya en un tiempo cercano al siglo II d.C., entiende que la parusía demorará, pero esto no significa que hay que desentenderse de la fe en su venida en gloria sino todo lo contrario. La figura de este mundo pasará, pero confiados en la promesa de Dios, surgirá un cielo y una tierra nueva y es preciso que estemos preparados para acoger ese momento sublime. He aquí la exigencia de la vida cristiana: saber esperar en Dios.
El corto evangelio de Marcos inicia con la presentación del “comienzo de la Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios”. No solo es el encabezado de su obra sino la descripción del propósito de su trabajo. Un nuevo comienzo se da en la historia y para el autor es preciso distinguir la misión de Juan de la de Jesús. La personificación de Juan es importante no solo porque se subrayará que no es el Mesías sino porque su misión ha sido preparar el camino para la venida del Salvador. Es tiempo de trabajar por hacer rectos los caminos ya que el Señor viene, y viene con poder, con agua de bautismo, con perdón de los pecados. Juan no es digno ni de desatarle la correa de sus sandalias, se siente pequeño ante el elegido, pero es el amigo fiel del novio, el “mensajero que va delante”, el que trae la novedad de una buena noticia.
Estamos en adviento y avanzamos con júbilo sabiendo que el Señor cumple sus promesas. Pero los caminos no están enderezados, hay muchos valles y quebradas, muchos montes y elevaciones; no se puede mirar bien el horizonte. Hay mucho que trabajar y el adviento nos lleva a mirar con esperanza porque lograremos que esos montes se abajen y esos valles se levanten. Dios nos ofrece una nueva oportunidad para trabajar en la rectitud de nuestros actos, anhelando sí un cielo nuevo y una tierra nueva, pero poniendo manos a la obra en anunciar la Buena noticia de la salvación a nuestros hermanos con el testimonio de nuestra esperanza en el presente de nuestra historia. Por eso, unámonos al deseo del salmista: “Muéstranos Señor tu misericordia y danos tu salvación”.