Hoy iniciamos el Adviento, que viene a ser un mes de expectativa y de preparativos para la Navidad o, mejor, para la llegada del Señor en la Navidad y allí donde no está ni se le espera. Incluye, entre otros, estos tres elementos: 1. un gozo interior y compartido, que va creciendo semana a semana en la medida en que se acerca la venida del Señor y la luz vence a las tinieblas; 2. la esperanza activa, que nos hace vivir vigilantes y atentos a los signos de los tiempos y a los acontecimientos, para que saber reconocerlo y acogerlo cuando y donde nazca; y 3. el estar preparados, en frase de Jesús, para ponernos de inmediato a su entera disposición, y seguirle y servirle donde y como sea, en el Belén o a la vera de un camino.
De todo esto iremos hablando en los domingos siguientes, con palabras y con símbolos, tales como las Coronas de Adviento y los belenes. También presentando, como hace la liturgia, los personajes bíblicos que vivieron el Adviento y son un ejemplo para nosotros. María en primer lugar, que se preparó y preparó las cosas para el nacimiento de Jesús. Tanto es así que pareciera querer ser vista como Ntra Sra. del Adviento o Ntra Sra. de la Esperanza. Sobre todo en su advocación de Ntra. Sra. de la Medalla Milagrosa, que escogió para aparecerse la Vigilia de Adviento y vino trayéndonos un mensaje de Adviento.
En relación con el gozo creciente que origina el Adviento, está el testimonio de la vidente Catalina Labouré, que se llenó de gozo cuando la Virgen María se le apareció en aquella Vigilia de Adviento de 1830. A nosotros nos pasará lo mismo si nos acercamos a la Navidad con sus sentimientos y actitudes. Digamos que, después de Jesús, que nos lo explica en el evangelio de hoy (Mc 13,33-37), nada ni nadie hay como María para decirnos lo que es e invitarnos a vivir el Adviento. Sobre todo, si además nos brinda su ayuda para ello, por medio del regalo de su medalla.
Una esperanza activa, que es la otra cosa que pide el Adviento, fue lo que vivió la joven Catalina antes, durante y después de las apariciones de la Virgen de la Medalla. Esta esperanza la ayudó a enfrentar y superar el negro futuro, que, afligida, le pintó María, y que la historia conoce como las revoluciones de julio de 1830 y de febrero de 1848. Más aún, la ayudó a prepararse y a preparar el entorno para el triunfo del bien: con el ejemplo de su vida, la insistencia en cumplir los deseos de María y la acuñación y difusión de la Medalla. Fue así cómo ella hizo nacer -y nosotros haremos nacer- a Jesús en los corazones, las instituciones y los acontecimientos de la visa.