Un domingo más el evangelio nos sorprende con una parábola referente al mundo campesino. La Iglesia, todos, cada uno de nosotros somos la viña del Señor. Dios nos estima sin límites y quiere que su viña florezca y dé frutos abundantes. Sin embargo con frecuencia decepcionamos y defraudamos la confianza que el Señor ha puesto en nosotros para cultivar su viña. Nuestra vida personal, familiar, social está llena de frutos amargos. Podemos pensar en experiencias concretas de nuestro diario vivir y descubrir que, junto a momentos de sinceridad y adhesión al plan de Dios, también nuestra fe se debilita y, seducidos por ambientes inadecuados, hacemos de su viña un lugar inapropiado. Dios nos pone en el camino pequeñas parcelas dentro de la gran viña del mundo que deberemos cultivar para responder al gesto amoroso que deposita cuando nos llama a una misión determinada. Incluso, con frecuencia y cuando nuestra fe decae, nos recuerda el proyecto pactado por medio de personas que aparecen en nuestro camino para recordarnos lo que debemos hacer y, ante su presencia, actuamos como en la parábola que meditamos en el día de hoy: apartamos a los emisores porque nos molestan. No nos interesan sus recomendaciones, nos parecen repetitivas, “pasadas de moda” o nos comprometen y exigen y preferimos permanecer anclados en el pasado viviendo de nuestras seguridades caducas, de la instalación y de la rutina. Una llamada profunda a vivir en estado de renovación interior, de autocrítica y discernimiento para valorar y comprender los signos de los tiempos como respuesta en generosidad y disponibilidad.
“Arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos” (Mt.21,41). Esta frase es la esencial de toda la parábola. Dios nos da oportunidades porque eternamente misericordioso, abre su corazón al perdón y confía en nosotros, en nuestras posibilidades de cambio y conversión. Sin embargo, con frecuencia nos vence la rutina, la instalación, el permanecer “mustios” en la viña del Señor y, ante esta situación, ¿vamos a ser capaces de prolongar la paciencia del Señor eternamente?, ¿vamos a “forzar” al Señor que descubra otra tierra que ofrezca mayores garantías de cultivo donde florezca su viña y dé frutos abundantes? Buen momento, a la luz de esta frase, para renovar nuestros compromisos eclesiales, para convertirnos en agentes activos de la fe donde los frutos surjan como consecuencia de nuestros propios actos en consonancia con la acogida que hacemos de la Palabra de Dios y la disponibilidad que tenemos para que ilumine nuestra vida y nos impulse a transmitirla a los demás.