Queridos amigos;
“¡Ustedes no saben lo que piden…!”, dijo Jesús a los hermanos Zebedeo y lo habrá dicho de nosotros decenas de veces. En el caso de Santiago y Juan, fue cuando estos le pidieron sentarse a su derecha y a su izquierda, en el cielo (Mc 10, 35-45). Sin duda una buena cosa, sobre todo que estaban dispuestos a dar su vida para lograrlo. Lo que molestó a Jesús no es que pidieran esos puestos -que el Padre había reservado ya, sin duda, para María y José- , sino que los pidieran para sentarse en ellos como jefes y mandar y dominar.. ¡¡Después de tantos meses de estar con Jesús, no habían aprendido a ser humildes!!
Es por ello que Jesús, con toda la paciencia y la bondad del mundo, como buen pedagogo, vuelve a hablarles sobre lo que no tienen que ser: dominantes y haciendo sentir su autoridad; y lo que sí tienen que ser: servidores los unos de los otros, y tanto más servidores cuanto más importantes quieran ser. Jesús ha venido a establecer un nuevo orden de cosas en el mundo (el auténtico Reino de Dios entre los hombres), que pide hombres y mujeres nuev@s. No es cuestión de remiendos y de “curitas” (Mt 9, 16-17) sino de renovación total. Es para lo que nos dio el bautismo. Hombres y mujeres cuyo estado y estilo de vida sea servir con humildad.
Servir, servidor, servicio, son palabras recurrentes en la Sagrada Escritura, especialmente en el Nuevo Testamento. Lo son también en el lenguaje de las Instituciones de servicio de la Iglesia y civiles. Frases como “Servir es reinar” de la liturgia de la Iglesia. O “el que no vive para servir no sirve para vivir”, del Rotary. . O esta de San Vicente de Paul: el servicio es el fruto de la caridad. O esta de Jesús, que cierra el evangelio de hoy: No he venido a que me sirvan sino a servir… hasta dar la vida por los demás (Mc 10, 45).
El nuevo camino, que nos trae Jesús, pasa decididamente por el servicio. Así lo entendieron ¡al fin! los apóstoles y los primeros cristianos, que quisieron ser vistos sólo como servidores de Cristo (1 Cor 4, 1). Él era el Señor, los demás Sus servidores y servidores los unos de los otros con amor (Gal 5,13). La mayor emulación cristiana es la de ser el primero (lo máximo) en el servicio. Que me siga el que quiera servirme, había dicho Jesús, añadiendo: mi servidor estará donde estoy yo y el Padre Dios le dará un buen premio (Jn 12, 26). Tanto más grande cuanto con más amor se haya hecho el servicio. Sea este el dar un vaso de agua o… la propia vida.