DIOS NOS HABLA POR SUS PROFETAS, ¿TE DISTE CUENTA? 

Cada vez que Dios pasa por un pueblo, una comunidad, una persona, siempre deja la huella de su amor salvador, algo especial sucede. Entonces para dar a conocer lo que quiere en realidad, y de cómo quiere que encaminemos nuestra vida misma, emplea medios, personas y circunstancias para hacerlo. Él nos habla en los signos de los tiempos de cada día. 

Ezequiel recibe un llamado de Dios para hablarle a su pueblo Israel. El motivo era que su pueblo se había rebelado, le había dado la espalda: “Yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí” (Ez.2,2-5). Esa realidad no ha cambiado en el hoy de nuestra vida. Hay mucha gente que le gusta prescindir de Dios constantemente, de rebelarse contra Él como si no contara para nada o no existiera. La soberbia y la testarudez me ciegan al amor de Dios, el cuestionamiento sin sentido para las cosas de Dios hace que mi fe se debilite, el reclamarle a Dios de todas las desgracias que se presentan, el cuestionar la sana doctrina de la Iglesia hace que nuestra vida sea como un barco sin brújula. ¿Puedo estar todo el tiempo así? ¿Me daré el lujo de retar o de enfrentarme con esa actitud a Dios mismo? Dios le habló a su pueblo escogido, usó los labios de su profeta para dar a conocer su amor. ¿Qué tal si hoy le “prestas” tus labios a Dios para que Él hable por ti? 

Pero el profeta está llamado por Dios a dar buenas nuevas, y estas que sean siempre de esperanza, pero sin perder de vista que está llamado también a denunciar lo que no es santo (o lo que va en contra del plan de Dios), y a avivar la fe de todos construyendo esperanza.  

Aunque encuentre rechazos, calumnias, cuestionamientos a su actuar, burlas, señalamientos, está llamado a proclamar con San Pablo: “vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo” (2Cor.12,7b-10). El profeta no puede ni debe desanimarse, su consuelo será que encuentre un espacio especial para dejar que Dios le hable, y para hablar con Dios, para que pueda hablar de Dios a los demás. 

Pero claro, sucede que a Jesús le pasó eso. Hoy, el evangelio de Marcos, nos pone a un Jesús que habla, con autoridad, sin perder la sencillez de su propio mensaje. La sinagoga, lugar santo para todo judío, es el escenario para que Él hable. Pero no le entendieron, le cuestionaron, le criticaron, pusieron en duda su actuar y su mismo mensaje; en una palabra, no quisieron saber nada de Él: “la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: ¿De dónde saca todo eso? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero?” (Mc.6,1-6). 

¿Y por qué tanto cuestionamiento? No terminaron de entender, y menos de aceptar que Jesús, un sencillo hijo de carpintero, pueda hablar y actuar con autoridad: sanando a la hemorroísa, fortaleciendo la fe débil de Jairo, y resucitando a su propia hija, delante de la misma gente que hoy cuestiona a Jesús (cf.Mc.5,21-43). Cuántas veces Dios se muestra con gloria y con poder, habla y actúa, y sin embargo hay una cerrazón por no decir, testarudez de no querer aceptar a Dios en la vida misma. ¿Será tu propio caso? 

¿Alguna vez he rechazo a un profeta que me ha hablado de parte de Dios? Al hacer eso, me estoy enfrentando con Dios mismo, mucho cuidado. 

Nos cuestiona, rechazamos a un profeta, no queremos escuchar a Dios que me habla por sus labios o su vida misma. Que no suceda hoy lo que aparece en la parte final del evangelio: “Y se maravillaba de su falta de fe” (Mc.6, 6). 

Creo que nuestra tarea será discernir siempre, para ver cómo Dios me pueda estar hablando en la persona menos esperada, más sencilla y sin que haga “ruido” como muchos están acostumbrados a hacer. 

Dios nos habla por sus profetas, ¿te has dado cuenta? 

 Con mi bendición: 

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