Queridos amigos
“Vamos a la otra orilla”, es lo que Jesús pidió a sus apóstoles (Mc 4, 35-40). Y nos pide a nosotros. La frase, lo mismo que todos los detalles del relato, está llena de resonancias alegóricas. Y expresa lo que ustedes y yo tenemos que hacer y ser: cristianos siempre navegando hacia la otra orilla, siempre en tensión y superación. La invitación de Jesús implica: 1. No quedarse en lo que estamos y tenemos, por bueno que nos parezca. 2. Remar siempre mar adentro (Lc 5,4), ir siempre más allá, más arriba, más adelante. 3. Vencer con la ayuda de Dios todas las dificultades, que surjan en el camino. 4. Pedir la intervención de Dios en los momentos más difíciles
Estas cuatro cosas aparecen muy claras en el relato mencionado, pero. ¿por qué y para qué pasar a la otra orilla si les iba tan bien en la que estaban? Además todos andaban cansados -Jesús el que más- , caía ya la tarde y el mar empezaba a picarse. Cualquier cosa podía pasar… Aun así, Jesús pide ir a la otra orilla. Y es que Él y Dios tienen sus razones, que, aunque no las entendamos, son siempre para nuestro bien. Nos cuesta mucho dejar lo que tenemos y en lo que estamos, desinstalarnos, para empezar, en otro sitio, otra vida, otro trabajo. Pero si el Señor lo pide, será lo mejor para nuestro bien. Es lo que nos enseña la Biblia, desde Abraham hasta María, que supieron dejar sus planes por los de Dios.
De repente pasó lo que se temían. Se levantó un gran temporal, se encresparon las olas y la barca empezó a llenarse de agua y a hundirse. Su consuelo al embarcarse había sido que iban con Jesús, que no dejaría que nada malo les pasase. Pero resultó que Jesús se había quedado profundamente dormido. ¡Maestro!, ¡Maestro!, le gritaron, ¿no te importa que nos hundamos? Lo que pasó a continuación vale la pena leerlo y releerlo. Jesús mostró quién realmente era Él, tanto que, llenos de asombro, se preguntaban: …pero, ¡¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?! (Mc 4,41)
Gracias a Jesús, el viaje tuvo un happy end. En nuestro viaje a la otra orilla -la orilla de Dios en el cielo y tantas otras previas orillas en la tierra-, también nosotros, como los apóstoles, ponemos la confianza en Dios y en Jesús. Pero nuestro copiloto parece estar durmiendo cuando más lo necesitamos. Quizá nos falta fe y no vemos que, aunque nos parezca dormido, sordo a nuestros ruegos, Él está ahí, más cercano que nunca a nosotros, animando y ayudando. Quizás es que no lo llamamos con suficiente insistencia y confianza. Mirar al cielo e invocar a María, estrella del mar, es otro recurso y muy importante que tenemos, para pasar a la otra orilla.