La Iglesia introduce la fiesta del Corpus Christi este domingo para rendir un sincero homenaje de alabanza y agradecimiento a Jesucristo que se nos entrega en su Cuerpo y en su Sangre. Efectivamente, poco antes de morir, Jesús se reunió con sus discípulos en su Última Cena para celebrar la Pascua y en ese ambiente de intimidad, cercana la hora de morir por nosotros, quiso cambiar el signo del cordero pascual, la fiesta judía, por su propio Cuerpo y Sangre, la Eucaristía cristiana, bajo las especies del pan y del vino. A partir de ese momento, Jesús encomendó a sus discípulos que hiciesen lo que Él había hecho en aquella comida. Jesús instituye el sacramento de la Eucaristía durante esta comida pascual, en un ambiente de convivencia íntima, de amor. Jesús se despide de ellos y les deja su gran testamento. No tiene bienes materiales para repartirles, pero les entrega su propia presencia fundamentada en el amor y se queda con ellos en el pan y en el vino, “esto es mi cuerpo y ésta es mi sangre”.
La Eucaristía es una comida en la que se nos da el verdadero Pan de Vida. El Cuerpo y la Sangre del Señor, ofrecidos bajo los signos del pan y del vino, se destinan a ser recibidos por nosotros como alimento espiritual. “¡Dichosos los invitados a esta Cena!”. Por medio de este alimento se establece una comunión personal entre el Señor resucitado y cada uno de nosotros. Entramos con Él y con la comunidad en una relación de vida que ni siquiera la muerte podrá destruir, “el que come de este pan vivirá para siempre” (Jn. 6,56-58). La Eucaristía es así anticipación de la vida eterna y medicina para la inmortalidad.
La Eucaristía es el centro de la vida cristiana porque Jesús se entrega como oblación solemne y actualiza su pasión, muerte y resurrección.
Jesús, al instituir la Eucaristía en la Última Cena, exhorta a sus discípulos a fomentar los vínculos del amor y la fraternidad: “les doy un mandato nuevo que se amen unos a otros como yo les he amado” (Jn. 13,34). El Pan de la Eucaristía es el pan de la concordia y de la unidad. No podemos separar nuestro encuentro con Jesús del espíritu de unidad y aceptación que debe reinar entre todos. Especialmente hemos de destacar en el día del Corpus el misterio de vida y de fraternidad que celebramos cada vez que participamos en la Eucaristía. Pero si la Eucaristía es participación en la vida de Cristo prolongamos este sacramento en cada momento en que nos encontramos con Cristo en el hermano.
La Eucaristía no la celebramos al margen de los demás. En ella nos encontramos con nuestros amigos y vecinos. Aquí nos encontramos todos con nuestras alegrías y nuestras dificultades. Jesús no se siente ajeno de nadie, es solidario con todos. La Eucaristía nos compromete a fomentar la unidad, la tolerancia, la aceptación mutua “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (1 Cor 10,17).