UN EXAMEN AL FINAL DEL CAMINO Y UN DESEO: VER A JESÚS
Ya estamos en la meta final de este itinerario cuaresmal y una vez más es bueno hacer un examen: ¿Le habré hecho caso a Dios que me ha pedido que me convierta? (cf.Mc.1,15) ¿Habré escuchado la voz de Dios o es que escuché otras voces que no son las de Dios? (cf.Mc.9,2-10) ¿Mi fe está llenas de cosas que no son santas? ¿Realmente Dios es el centro de mi vida? (cf.Jn.2,13-25) ¿He tomado conciencia de que Jesús me ama y me sigue amando y me pide que ame como él ama? (cf.Jn.3,14-21) ¿Guardo en mi corazón el deseo de ver a Jesús y de anunciar a todos su amor salvador? (cf.Jn.12,20-33). ¿Habremos pasado el examen? ¿Podemos realmente decir estamos preparados para vivir y hacer que otros vivan esta semana santa que viene?
Jeremías nos puede marcar el camino: “Haré con la descendencia de Israel y de Judá una alianza nueva. Pondré mi ley dentro de ellos, la escribiré en sus corazones” (Jer.31,31-34). Dios una vez más quiere quedarse en nuestra vida, en la vida de nuestro pueblo, en la vida de nuestra Iglesia, en la vida de cada uno en particular. ¿Encontrará Dios esa puerta abierta? (Apoc.3,20: “Estoy tocando a la puerta y llamo, si alguien me abre, entraré en su casa y comeremos juntos”). Que tú, yo y todos seamos esa puerta abierta donde Dios pueda entrar y salir cuando desee. Le podemos decir ahora mismo a Jesús: Te doy permiso mi buen y amado Jesús, para que entres en mi vida, en mi familia, en mi enfermedad, en mi matrimonio, en mi ministerio, en mi trabajo y centro de estudio. No quiero que te vayas de mi vida, Señor. Bendice nuestra vida, bendice todo lo que hagamos y digamos. Amén. El domingo pasado Dios nos hablaba del gran amor que nos tiene. Hoy quiere, Dios, una vez más ratificar ese amor: “yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”. Él quiere permanecer fiel para que nosotros también seamos fieles a Él.
El autor de la carta a los Hebreos nos pone a Jesús que suplica para ser escuchado, que aprende sufriendo a obedecer y que es salvación para todos (cf.Hb.5,7-9). Cuando contemplamos cualquier crucifijo, ¿qué es lo primero que nos viene a la mente?: ¿Su amor incondicional? ¿Cómo sufrió y sigue sufriendo por nuestro pecado? ¿Compromiso de unirme más a él, a los demás y a la creación?
Ahora vemos a Andrés y Felipe, que recogieron el deseo de los griegos: “Señor queremos ver a Jesús” (Jn.12,20-33). ¿Podemos adoptar esta postura y escuchar el grito de tanta gente que quiere estar con Jesús y ser escuchado por él? El deseo de ver a Jesús va de la mano con la glorificación de Jesús: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”. Pronto seremos testigos de cuánto nos ama hasta el extremo de morir en una cruz por todos y cada uno, por los católicos y no católicos, por los creyentes y no creyentes, por todos; porque grande es su amor.
Pero hay una exigencia que no deberíamos dejar atrás: “El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se desprecia a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna”. No tiene sentido vivir al margen de la gracia, no tiene sentido vivir de una manera superficial, no tiene sentido burlarse de Dios todo el tiempo y no hacerle caso. Urge una vez más hacer caso el llamado que Dios nos hace: de convertirnos y de volvernos para Él. No podemos perder el tiempo inútilmente. Si vivo de espaldas a Dios, nada tendrá sentido. Jesús es claro al decir: “sin mí no pueden hacer nada” (Jn.15,5).
El deseo de ver a Jesús es grande. Que ese deseo vaya de la mano con el morir a todo lo malo, al pecado, a la envidia, a la falta de amor, de fe, de esperanza.
Si servimos a Jesús, es porque le seguimos, y si le seguimos es porque Él es el centro de nuestra vida.
Jesús tiene un deseo: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a TODOS hacia mí”.
Con mi bendición.