Con la imposición de la ceniza, símbolo de conversión y de humildad, iniciamos el tiempo de Cuaresma. La Iglesia nos propone cuarenta días de intensificación cristiana y así prepararnos adecuadamente a la celebración de la pasión, muerte y resurrección en Semana Santa.

 

San Marcos nos relata en el día de hoy una constante que Jesús repetirá con frecuencia en el transcurso de su vida: retirarse a un lugar apartado para adoptar una actitud de profunda intimidad con Dios Padre, estrechar todavía más su propia relación y llenarse de la gracia del Espíritu para proseguir su camino. El fragmento del evangelio que leemos nos describe este momento al inicio de tomar la decisión de instaurar el Reino de Dios en el mundo y proclamar la Buena Nueva de la salvación.

 

El Señor no elige al azar el lugar para vivir en profundidad esta comunicación con Dios en un momento tan importante como es el comienzo de su misión. El desierto es lugar de silencio, reflexión austeridad, de entrenamiento para el compromiso, de encuentro en diálogo con Dios padre, de paz y sosiego pero, también, de tentaciones, de oscuridad y de miedo.

A la vuelta de esa experiencia profunda de oración y abandono al amor de Dios, Jesús se dirige a Galilea para proclamar el Evangelio. “Arrepiéntanse y crean en la Buena Noticia” (Mc. 2,15) serán las palabras primeras con las que Jesús proclama el Reino de Dios. El tiempo de Cuaresma nos invita a mirarnos a nosotros mismos, realizar una evaluación sincera de nuestra vida y “transformar nuestro corazón de piedra por un corazón de carne” (Ez. 11,19). Una conversión sincera y profunda nos debe orientar hacia un proceso de transformación interior, a purificar nuestras relaciones con Dios y con los demás. Reconocernos limitados y pecadores nos acerca a nuestra propia realidad y condición humana y nos hace sentir cerca de la misericordia y del perdón de Dios. Las tentaciones no quedarán suprimidas, ni si quiera Jesús se liberó de ellas, pero la voluntad y, sobre todo, la fuerza del espíritu, nos guiarán por camino seguro.

La Cuaresma puede ser un camino de “desierto” para nuestra vida cuando encontramos una oportunidad, permanentemente renovada, de cercanía con el Señor en la oración, los sacramentos, la austeridad y la toma de decisiones firmes en la vida que nos orienten a un estado de conversión y renovación permanente.

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