El que ama perdona, el que perdona ama
Una historia de amor y de perdón. Faltando pocos días para que llegue la navidad, dos hermanos de sangre empezaron a pelearse. El motivo de la pelea: uno recibió, por adelantado un regalo de navidad y el otro no. La mamá llega de hacer las compras del mercado y se encuentra con ese panorama. Deja las bolsas del mercado a un lado y levantando a sus hijos del suelo, los tomó a cada uno de las orejas y los lleva al lado del pesebre navideño. Y les dice: “pídanse perdón delante del niño Jesús, miren cómo abre sus brazos y sonríe. Ustedes no le pueden fallar de esa manera, ya que Él les ama de verdad y es su mejor amigo. El encuentro terminó con un abrazo de amor y de perdón. Y desde ese día hasta hoy, son grandes amigos.
¿Alguna vez ofendiste a alguien o te ofendieron? ¿Cómo te sentiste? ¿Alguna vez pediste perdón o se acercaron a pedirte perdón? ¿Cómo te sentiste? Cuando haces algo malo, ¿eres humilde para reconocer que te equivocas? ¿Te gusta señalar el error o pecado ajeno y no el tuyo? El autor del libro del Eclesiástico nos hace recordar lo que, hoy mucha gente padece, la falta de perdón: “Furor y cólera son odiosos, el pecador los posee” (Eclo.27,33-28,9). El pedido de Dios es claro: “Perdona la ofensa a tu prójimo”; “cesa en tu enojo”. Normalmente ofendemos a las personas que amamos, o que deberíamos amar más y que suelen ser las que frecuentamos más. La soberbia, el orgullo, la indiferencia, el rechazo, la burla, la venganza, el rencor, el odio son “enemigos del perdón”, por no decir del amor mismo. ¿Quiero recibir la bendición y el perdón de Dios? Cuando se da y se recibe perdón, se perdona y se es perdonado, la persona no sólo tiene paz, sino que experimenta al amor salvador de Dios, también en su propio cuerpo.
San Pablo nos recordará que “si vivimos, vivimos para el Señor”, y que “si morimos, morimos para el Señor” (Rom.14,7-9). Es que siempre somos de Él. Y esa tiene que ser la motivación como también la exigencia de por qué debemos amar y perdonar como Dios pide y enseña. No sacamos nada con guardar rencor y hacer la vida a pedazos a la otra persona. A veces somos muy especialistas en recordar todo lo malo que la persona nos hizo y se lo hacemos saber. Eso no es de Dios, y tampoco ayuda para que las relaciones fraternas se fortalezcan más y mejor; y cuando esa persona dice que ya perdonó, está mintiendo. Esta es una estrategia perversa que no nos hace libres, y que nos aleja de Dios y de los demás; o es un arma para ganar una discusión. En otra carta, Pablo dirá: “Sopórtense unos a otros y perdónense mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor les perdonó, perdónense también ustedes” (Col.3,13). La motivación para el perdón ya está dada: el Señor nos ha perdonado y nos perdona, y de esa manera deberíamos proceder.
¿Cuesta perdonar? Claro que sí, pero Jesús nos hace recordar hoy en su evangelio, que esa actitud de perdonar, dar perdón debe darse siempre, ante la pregunta: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt.18,21-35). Y para que esto no quede en el aire, Jesús le da una enseñanza más a Pedro. Le cuenta una historia de aquel rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Él tuvo compasión de ellos, pero uno de sus empleados no con un amigo que le debía 100 denarios.
¿Quiero experimentar el perdón de Dios y de los demás? Debo darme cuenta de lo que hice o dejé de hacer, de lo que dije o dejé de decir (examino mi conciencia, mi vida misma); luego el sentimiento de arrepentimiento, para esto debo ser más humilde, sencillo y sincero (me tiene que doler el haber ofendido al otro, a Dios y a mí mismo, y en algunos casos a la creación); tomar el propósito de ir al encuentro de esa persona o ese grupo de personas para pedir perdón (eso es tener un propósito grande de enmendarse, eso es morir a mi orgullo); desde el plano de la fe y de la apertura a la gracia, acudir al sacramento del amor y del perdón, llamado también sacramento de la penitencia para confesar todo sin ocultar nada (ese sacramento se experimenta, se vive y se celebra sólo directamente entre el sacerdote y el penitente, sin usar medios externos como las redes sociales); y aceptar el reto de vivir conforme al mandato de Jesús: “ámense unos a otros como Yo les he amado” (Jn.15,12).
Recuerda y nos recordamos todos que: El perdón sana las heridas y crea lazos fuertes de fraternidad. Sólo una persona que ama, como Jesús, es capaz de perdonar como Jesús; y al revés también: el que perdona, como Jesús, es capaz de amar como Jesús. ¿Aceptamos ese reto?
Con mi bendición.