LA CORRECCIÓN FRATERNA SALVA AL HERMANO

Era época de navidad, ya estaba cerca la Nochebuena, y toda la familia se preparaba, como era su costumbre, a ir para la misa de gallo, y luego llegar a casa para esperar las 12 de la noche y así después de darse un abrazo por navidad, intercambiar regalos. Pero ocurrió, en esa familia, algo que puso triste a toda la familia. Dos de esos hermanos se pelearon, buscaron la sin razón y se dieron de golpes, tanto fue la desesperación que llegaron a caer al suelo, aunque lloraban ambos, seguían golpeándose. Era una mañana de un 24 de Diciembre, y la mamá llegaba del mercado, cansada y preocupada por cómo iba a cocinar para la noche de navidad, y se encuentra con ese panorama no grato. Tiró las bolsas del mercado por los suelos y tomó a cada uno de sus por las orejas, los llevó delante del pesebre, y les dijo: “PÍDANSE PERDÓN DELANTE DEL NIÑO JESÚS Y DENSE UN ABRAZO PORQUE EL LES QUIERE DE VERDAD”. Y esa fue una lección de amor que Dios, a través de su madre, les dio a esos dos hermanos.

Hay un llamado que Dios hace por medio del profeta: “Yo te he puesto como centinela del pueblo de Israel” (Ez.33,7-9). Ese llamado debería resonar como una campana fuerte en nuestros oídos. Cuánta oscuridad hay en este mundo, cuánta desesperanza e indiferencia, cuánto rencor enquistado en muchos corazones, cuánto prejuicio que destruye la fraternidad, cuánta sed de venganza. Ese llamado del profeta va seguido de una advertencia a manera de sentencia: “si tú adviertes al malvado que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa”. ¿Cuántas veces se nos ha pedido que cambiemos y no hemos hecho caso? Hay muchas excusas tontas de toda la vida: “yo soy así y a mí nadie me va a cambiar”, “así soy y así moriré”, “yo no quiero cambiar no me insistas”. El llamado es más que claro: ser centinelas. Eso quiere decir: cuidar del otro, sin violentarlo, porque es un regalo de Dios como tú, yo y todos. La otra persona me importa, no puedo ser indiferente, ni a su tristeza, ni a su alegría.

Tiene razón San Pablo cuando dice: “Uno que ama a su prójimo no le hace daño” (Rom.13,8-10). Si decimos que amamos a Dios, ¿por qué entonces se hace daño a los demás?, ¿por qué tanta sed de venganza o de maltrato? Cuánto deberíamos cuidar lo que decimos y hacemos, qué gran reto tenemos que asumir todos. A veces nos engañamos cuando ponemos excusa de que: “yo no hice nada, esa persona me ofendió; y por tanto me tiene que perdonar”. El que ama, cuida del otro, no lo destruye, no le denigra, no le calumnia, no le desea el mal; sino lo contrario, le ayuda a crecer y juntos crecen. ¿De verdad me interesa el bien de los demás o no?

¿Sabes cuáles son los enemigos de la fraternidad?: el Orgullo, la falta de perdón, el odio, el prejuicio, la soberbia y la indiferencia. El evangelio de hoy domingo (Mt.18,15-20) nos pone un tema que puede resultar quizás incómodo: LA CORRECCIÓN FRATERNA. Aquella mamá de la historia, tomó la firme decisión de salvar a sus hijos, corrigiéndoles. Claro está que las formas de repente no son las más usuales, pero ¿saben?: la mamá nos imaginamos que junto con el resto de la familia se sintieron felices porque hubo perdón, reconciliación y paz, y así vivieron su navidad. Sólo el que ama es capaz de perdonar, y el que perdona es capaz de amar.

El llamado es claro: “si tu hermano peca, llámale la atención a solas”. Después de ese intento, viene el llamado de otros para que pueda cambiar. Es toda una hermosa pedagogía de amor que Mateo nos presenta en labios de Jesús en el tema de la corrección fraterna. Pero el orgulloso no lo entiende, y por tanto no lo acepta. Orgullosos escuchen este mensaje de Dios: “El Señor corrige a quien ama” (Hb.12,6).

Y recuerda que: la corrección fraterna, hecha con amor y sinceridad, salvará al hermano.

Con mi bendición.

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