Continuando con la temática del domingo anterior, el evangelista San Mateo nos describe la llamada que Jesús hace a sus discípulos. El Señor presiente que la tarea de instaurar el Reino de Dios puede resultarle muy dura si la realiza solo y elige a algunos discípulos para que colaboraran en el anuncio de la proclamación de su mensaje. Al actuar de esta manera, Jesús nos indica que la colaboración humana, la corresponsabilidad, el sentido participativo es imprescindible para alcanzar los objetivos deseados y fortalecer la unidad.
El “estar con el Señor” va a suponer en los discípulos “un aprendizaje” que repercutirá decisivamente en la misión que posteriormente ellos deberán realizar. Les llama Jesús, el verdadero “apóstol”, el “Enviado por el Padre”. Quiere que, después de mantener una profunda experiencia espiritual de vida que les suponga un estado permanente de conversión e identificación con su proyecto de anuncio del reino de Dios, proclamen “lo que han visto y oído” y trabajen por aliviar el sufrimiento y las penas de los hombres; por llevar un mensaje de paz y esperanza ante tanta angustia y desesperación.
Jesús, para urgir la necesidad de responder a la llamada que les hace a sus discípulos y para hacerles sentir la necesidad de la misión, les anuncia dos imágenes: a) el rebaño para designar al Pueblo de Dios porque todo rebaño necesita de un pastor y la misión estricta de los discípulos será ser pastores del pueblo que Él prepare en la instauración del Reino; b) la cosecha para que presintieran la urgencia la urgencia de la misión a la que han sido enviados. Una cosecha que no se recoja a tiempo se pierde. Lo mismo ocurre en la irradiación del mensaje del Señor, si no se realiza en el momento oportuno se pierden las motivaciones y las ilusiones de seguir al Señor y su mensaje queda baldío.
Cada vez que leemos y meditamos un pasaje evangélico “vocacional” (llamada que Jesús hace a algunas personas para seguirle) tendremos en cuenta que la llamada del Señor es dinámica, permanente y universal, compromete a todos los bautizados. Los discípulos y tantas personas que han seguido al Señor en el transcurso de la Iglesia son ejemplo para nosotros de la peculiaridad de nuestra identidad cristiana: seguir al Señor y actuar desde su ejemplo en las situaciones ordinarias de nuestro diario vivir para así crecer en santidad y ser foco de transmisión de la Palabra de Dios. De esta manera el mensaje del evangelio actúa permanentemente en el mundo y “damos gratis lo que hemos recibido gratis” (Mt. 10, 8).