Queridos amigos reciban mi cordial y fraterno saludo, y más en este domingo que ya celebramos la solemnidad de el santísimo cuerpo y sangre de Cristo, “el Corpus Christi”
Además del “jueves santo”, hoy la Liturgia nos pone este acto de adoración a la presencia real de Cristo en el altar, en su iglesia, en el corazón de quien lo recibe.
La eucaristía, presencia real de Cristo, “es la fuente y culmen de la vida cristiana” (Vat.II, LG.11). La eucaristía hace la Iglesia, la unidad de ser “Pueblo de Dios”. En la eucaristía celebramos el encuentro permanente y nuevo de Cristo con nosotros y de nosotros con él. Al comulgar somos asimilados por él para ser como otros Cristos.
“La eucaristía al ser “memorial” de la muerte y Resurrección de Cristo, es Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria fecunda” (SC.47).
Así, participar de la eucaristía no es sólo un acto de piedad particular, sino es comunión con Dios, comunión de caridad fraterna, de testimonio de vida de lo que creemos y celebramos.
Al modo que nos queda maravillarnos, y hacer nuestro ese bello canto: “Eucaristía, milagro de amor. Eucaristía, presencia del Señor”
La primera lectura (Dt.8, 2-16), nos recuerda cómo Dios alimentó a su pueblo con el “maná” y les dio agua en el camino del desierto, así se comprende “que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios”.
El salmo 147, nos motiva a la alabanza a Dios por los beneficios recibidos.
La segunda lectura, (ICo.10 16-17), nos recuerda que participar del “pan y del cáliz”, es “comunión” con Cristo, es comunión fraterna, “porque todos comemos del mismo pan”.
El evangelio de Juan (Jn.6,51-58) nos dice clara y eficazmente: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”, ” el que me recibe…”habita en mí y yo en él”, “el que come de este pan vivirá para siempre”.
Demos gracias a Dios por este maravilloso alimento que nos da para vivir en su presencia ya en este mundo anunciando nuestra participación eterna en Dios.
Acerquémonos a recibir la comunión, diciendo “amén”, de este modo afirmamos que recibimos a Cristo mismo, alimento de Vida eterna.
Preparemos nuestra comunión mental y físicamente, para recibir este maravilloso alimento que nos une como hermanos, miembros de la Iglesia que Cristo fundó, y ser testigos de su amor.
Los tendré presente en la misa (eucaristía) que celebraré hoy.
Sigamos unidos en oración, oh María sin pecado concebida. Ruega por nosotros que recurrimos a Ti.
Bendiciones