Queridos amigos
Este 2º Domingo de Pascua fue siempre un Día Memorable, por ser la octava de la Resurrección del Señor. Hoy celebramos en él al Señor de la Divina Misericordia, por decisión de Juan Pablo II, que hizo suyo el deseo del mismo Señor de la Misericordia, tal como se lo manifestara a su vidente santa Faustina. Quiso la Providencia, que el Papa Juan Pablo II, que tanto amara y reflejara en su vida al Señor de la Divina Misericordia, partiera al Padre en la víspera de un día como hoy (en el 2005). Quiso también que el Papa Emérito Benedicto XVI escogiera este día para declararlo Beato: Beato Juan Pablo II. Y quiere ahora que el Papa Francisco lo canonice, declarándolo santo: San Juan Pablo II. Junto con quien aún llamamos el Papa Bueno, San Juan XXIII. Desde hoy este gran día del Señor de la Divina Misericordia, será también el día de los santos. Juan XXIII y Juan Pablo II, paradigmas de misericordia.
Según el evangelio de hoy (Jn 20, 19-31), al Señor Resucitado le cae perfecto el sobrenombre de Señor de la Divina Misericordia, ya que es como se mostró después de resucitado: “Rico en Misericordia”. 1º con los apóstoles, al desearles repetidamente la paz. Ningún reproche por su huida en el Viernes Santo, sino acogida de amigo y maestro, que les tiende las manos. 2º con los hombres y mujeres del mundo, al dar a los apóstoles el poder de perdonar lo pecados, instituyendo para siempre, el Sacramento del Perdón (Jn 20, 23). 3º con la Iglesia, comunidad de apóstoles y fieles, al enviarles el Espíritu Santo, “don de todo consuelo”.
Fue el Espíritu Santo, quien resucitó a Jesús (Rom 8,11), devolviéndolo a la vida para ser, cara a nosotros, “el Señor de la Misericordia”, de modo que atraídos por su amor, no vivamos ya para nosotros mismos sino para Él. Es lo más importante del hecho histórico de la Resurrección y es lo que más conmovió a los apóstoles. Les emocionó tocar a Jesús y saber que era real, pero les emocionó aún más la experiencia de fe que los envolvió y los cambió. Es el caso de Tomás, el hombre incrédulo que cae sobre sus rodillas y adora y se pone a la entere disposición de Jesús. Ambas cosas van incluidas en su confesión de “Señor mío y Dios mío”. ¡¿Quién o qué los podría apartar ya del amor de Cristo?! (Rom 8,35). Es la clase de la experiencia de fe que tenemos que hacer nosotros: para no tener miedo y para cambiar el entorno.
El amor hecho misericordia, la compasión, fue el alma de la vida de Jesús, como lo fue de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II. Hoy la Iglesia los reconoce santos, es decir, que vivieron y practicaron la caridad en grado heróico… y nos invita a hacer lo mismo, para vivir desde la misericordia y la bondad.