LA MISERICORDIA DE DIOS VS EL CORAZÓN DURO E INCRÉDULO
Durante toda la octava de Pascua las lecturas nos han estado enseñando cuán importante es creerle a Dios, y no sólo creer en Dios; cuán importante es tomar conciencia del poder misericordioso que tiene Dios que es capaz de transformar todo, incluso la tristeza en gozo, la enfermedad en salud, la incredulidad en fe inquebrantable, la desesperanza en esperanza, etc. Pero, ¿cuántas dudas hay en nuestro corazón? ¿realmente mi fe está puesta en el Señor que todo lo puede y todo lo hace bien o es que sigo teniendo el corazón duro e incrédulo?
La experiencia pascual de las primeras comunidades cristianas realmente es muy esperanzadora. Vivían su fe en Cristo Resucitado, hasta el punto de que alababan a Dios por la enseñanza apostólica, la Eucaristía, las oraciones, la vida fraterna, los signos y prodigios que Dios obraba por medio de los Apóstoles para el bien de las mismas comunidades: “Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los Apóstoles hacían en Jerusalén” (Hch.2,42-47).
¿Saben? Estas primeras comunidades cristianas no dejaban de creerle a Dios. Es cierto que los Apóstoles y otros líderes más ayudaban con su testimonio coherente, valiente y lleno de esperanza; que a veces eso nos falta. Dios se mostró siempre misericordioso con sus hijos.
Tan bueno y misericordioso es Jesús, que Pedro, en su primera carta, se atrevió a decir que: “por la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva” (1Pd.1,3-9). Todo creyente y no creyente necesita nacer de nuevo, necesitamos experimentar la salvación de Dios cada día de nuestra vida. ¿Dejaré que Dios mismo haga vida en nuestra propia vida?
Y el miedo se apoderó de los discípulos, y necesitaban ser visitados por el Resucitado, y así fue. ¿Qué provocó en los mismos discípulos esa visita? Que ellos “se llenen de alegría” (Jn.20,19-31), y la razón o fundamente de esto es que “vieron al Señor”. ¿De qué me lleno últimamente? ¿De miedo? ¿De desesperanza? ¿De dureza e incredulidad? ¿De frialdad? Hoy mucha gente sigue teniendo miedo: a salir a la calle, a hablar de Dios a los demás, a hablar con y desde la verdad, a acercarse a Dios mismo pensando que le va a fallar, etc.
Quería, Jesús, que sus discípulos no vayan a la misión con miedo y con incredulidad, por eso que el evangelio de hoy registra a Jesús 3 veces dando y deseando la paz: “paz a ustedes”. No sólo hace eso, también regala su espíritu. Los unge para que sean administradores de la misericordia de Dios: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”. Desea que su amor misericordioso no conozca límites. Es que su amor no tiene ni tendrá frontera.
Tomás, tuvo que pasar por el crisol de la purificación, para entender y aceptar a Jesús en su vida, luego de que los demás discípulos le insistían que habían “visto al Señor”. Se atrevió a decir: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto en el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. ¿Necesitamos un milagro físico para creerle a Dios? ¿Ver para creer? O ¿Creer para ver? El mundo está como está porque no le cree a Dios, “el mundo presupone que tiene fe” (SS. Benedicto XVI).
Tomás, luego de que Jesús le mostró todo, luego de haberse encontrado con Él, hizo su acto de fe, que también eso nos falta: “Señor mío y Dios mío”.
El corazón duro e incrédulo es “derrotado” por el amor de los Amores que es Jesús mismo, es derrotado por Jesús misericordioso, es derrotado por el Espíritu Santo que ingresa en la vida de cada creyente, si es que se lo dejamos. Qué gran tarea de fe: creerle más a Dios. ¿Le crees a Dios o sigues teniendo incredulidad? (cf.Mc.6,6). ¿Te fías de su misericordia?
Con mi bendición: