El evangelio de hoy, el relato del ciego de nacimiento, nos ofrece una profunda pedagogía de fe desde la luz que irradia Cristo. Es necesario que nos fijemos en su contenido, en su mensaje, y no tanto en la espectacularidad del milagro obrado por el Señor.
El Señor, que es “luz para los hombres” da luz a los ojos de un ciego de nacimiento y también le ofrece la fe, que es luz para el alma. El encuentro con el Señor y la confianza que deposita en Él, lo cura y lo salva. Acepta actuar en su vida la presencia iluminante de la luz de Cristo. El ciego, en postura agradecida, acoge la bondad de Jesús y, en fidelidad permanente, supera sus propias tinieblas e irradia la luz para los demás. No se conforma solamente con la pretensión física de ver, aunque supusiera para él, ciego de nacimiento, una bendición y un cambio de vida en su realización e integración como persona, sino que ve en el Señor la luz profunda que puede transformar el sentido de su existencia y darle un nuevo rumbo más profundo y esperanzador.
El proceso de curación del ciego, la experiencia que de él se deriva, nos invita, en este tiempo de cuaresma, a querer ver, tener deseo de la luz, no estar a gusto con nuestras propias cegueras; dejarse iluminar, no tener miedo a la luz, al resplandor de la gracia que lo inunda y fecunda todo. Cristo es la luz del mundo y nos invita a descubrir y profundizar este proyecto de nuestra vida. Aunque en muchos momentos nos sintamos ciegos hay en nosotros una sensibilidad profunda que suspira por la luz, que anhela un horizonte, que busca la dignidad, que se revela contra las tinieblas.
Hoy es ocasión de pedir al Señor que cure nuestra ceguera para que comencemos a ver todo de manera diferente. Que Cristo abra nuestros ojos a la luz de los valores evangélicos: la vida y el amor, el trabajo y la justicia, la convivencia y la solidaridad con los hermanos para renovarnos en nuestra opción bautismal.
Después de haber dado luz al cuerpo y al espíritu del ciego, Jesús establece bien claro ante los fariseos dónde está el pecado. Pecado es no querer ver, ceguera voluntaria, obstinación en no aceptar la luz, falta de autenticidad, transparencia y coherencia de vida.
Hay que dejarse inundar por el espíritu de vida de Jesús, que es la fuente de la luz que nos ilumina desde dentro. Ver es proyectar nuestra vida al estilo de Jesús, superar la oscuridad que nos ofrece la tentación y el pecado y vivir la luz de la alegría y de la esperanza que irradia el mensaje salvador del Señor.