El veinticinco de diciembre celebramos la Natividad del Señor y es un día muy especial para nosotros, los católicos, porque recordamos un acontecimiento que cambió la historia y nos inicia en la fe: la venida de Dios al mundo, la encarnación del Hijo de Dios en las puras entrañas de María Santísima. El Hijo de Dios, que preexistía desde siempre con Dios, en un momento determinado de la historia de la humanidad se hace hombre y, sin dejar la condición de su divinidad, vive y realizará su proyecto del cumplimiento de la voluntad de su Padre en nuestra propia historia. Dios se acerca al hombre para que el hombre se acerque también a Dios. Dios viene para traernos la salvación que se va realizando en este mundo y que se consumará al final de los tiempos. Jesús viene para darnos la vida en plenitud (Jn. 10,10).
La Navidad es, sobre todo, una invitación a encontrarnos con el Niño Dios. Por eso, en el tiempo de Navidad debemos poner nuestros ojos en ese Niño llamado Jesús que está indefenso y que puesto en un humilde pesebre se encuentra con los brazos abiertos buscando que tú y yo lo acojamos. ¿Vamos a decirle que no.?
No podemos olvidar que no hay Navidad sin el Niño Jesús. Es el regalo que Dios nos hace para acogerlo y compartirlo. Él tiene que reinar en nuestros corazones. ¡Hagamos de esta Navidad un verdadero encuentro con el Niño Dios! Pidámosle a la Santísima Virgen que ponga al Niño Dios en nuestros corazones para que nos inunde con su gracia y con su luz.
La Navidad hunde sus raíces en la bondad, generosidad y amor de Dios Padre.
Dios Padre ama con un amor tan grande todo lo que ha creado, especialmente al hombre, que cuando ve cómo la corrupción de la tiniebla y el pecado ha entrado en ellos, quiere salvarlos. Por esta razón, envía a su propio Hijo, verdadero Dios y verdadero hombre, para que ilumine con su luz a los que quieren ver, fortalece con su propia vida a los que creen en Él, guía con su Espíritu a los pobres que abren su corazón en busca de salvación. Se muestra, en una palabra, como camino, verdad y vida para esta salvación.
A partir de esta generosidad y bondad del Dios-amor las preguntas que nos debemos hacer en nuestro análisis personal son, entre otras, las siguientes: ¿Cómo respondo a ese amor infinito de Dios en las experiencias de mi vida? ¿Qué actitudes debo adoptar en relación al mismo Dios y a los demás a partir del testimonio de amor
que el Señor me manifiesta en el transcurso de toda su vida?. ¿Qué barreras me obstaculizan y me impiden ese encuentro con el Señor para ponerme en actitud de servicio con las personas que me rodean?.
La reflexión pausada y serena de la Palabra de Dios desde el reflejo de Jesucristo en lo concerniente a la sensibilidad, compromiso y decisión de amar sobre todo a los más necesitados, la interiorización y práctica de su mensaje, serán algunos pasos sucesivos que deberemos dar, en orden a la pedagogía de la fe para encarnar en nuestra propia vida la exigencia de amar a Dios y a los hombres.
- Del misterio del nacimiento del Hijo de Dios deducimos algunas actitudes para nuestra vida cristiana:
- Profundizar en el misterio y en las promesas de Dios que siempre las cumple y que son necesarias para nuestra vida.
- La fuerza de la humildad y de la sencillez frente a la autosuficiencia y vanagloria.
A descubrir permanentemente la novedad de Dios que nace todos los días en nuestro corazón y nos invita a descubrirlo en Él mismo por la oración y sacramentado, en los hombres, sobre todo en los pobres, en la naturaleza, en los acontecimientos diarios.
El nacimiento del Señor nace como una Luz para orientar nuestra vida hacia Dios. Inicia el camino para acompañarlo en su vida, en Nazareth, en la instauración del Reino, en su pasión, muerte y resurrección.