El evangelio del día de hoy nos describe la conocida parábola del administrador sagaz (Lc. 16, 1-13). La argumentación puede resultarnos extraña pues Jesús parece presentar como modelo a una persona que obra injustamente.
Para no confundirnos, hemos de tener en cuenta que en una parábola no todos los detalles de la narración sirven para enseñarnos algo y darnos una norma de conducta. Importa, por lo tanto, mucho atender a la parábola entera, descubrir su contenido global y tratar de ver cuáles son las conclusiones y enseñanzas que se deducen de ella.
La fuerza de la parábola está en el versículo 8. Jesús alaba la sagacidad y la astucia de un hombre ante una situación delicada e importante. Obra injustamente, pero hay que reconocer que ha actuado con diligencia y ha sabido salir del apuro en que se encontraba. Jesús nos pide que imitemos esta iniciativa y creatividad no para asegurarse el futuro material, los bienes temporales, sino para tener presente algo mucho más importante: el Reino de Dios y sus valores.
Por esta razón, el Señor aprovecha el contenido de la parábola para explicar el sentido del dinero. La riqueza no es un valor malo en sí mismo. Todo depende de la postura que se tenga ante él y del uso que se haga. Tener el suficiente dinero para satisfacer las necesidades básicas y verdaderas siempre debe ser una aspiración humana. Para ello trabajamos, nos esforzamos y luchamos en la vida. Sin el dinero no podemos caminar ni a nivel personal ni familiar. Sin embargo, desde una perspectiva evangélica, aun siendo tan necesario, no puede convertirse en un absoluto, algo al que debemos acceder sin importarnos los medios. Sabiamente el Señor nos avisa: “no pueden servir a Dios y al dinero” (Lc. 16,13). Entre Dios y la mala consecución y mal uso del dinero, hay que elegir siempre a Dios. El Señor, y no es novedad en este pasaje porque también nos lo indica en otros momentos, nos invita nuevamente a la capacidad de compartir, sencillez y austeridad de vida para que así vivamos con un sentido de generosidad y desprendimiento, criterios esenciales para dominar nuestras apetencias y superar esta sociedad de consumo que con frecuencia prevalece y nos domina.