Seguir a Jesús de verdad
¿Cuántos somos capaces de seguir a Jesús? ¿De verdad sigo a Jesús o no? ¿Respondo siempre al llamado de Jesús cada día o me hago el desentendido buscando excusas para no responder?
Elías, un profeta de Dios, en el Antiguo Testamento, recibe un pedido de Dios, como parte de su misión: “Unge profeta sucesor tuyo a Eliseo” (1Rey.19,16.19-21). Elías fue obediente, no puso excusas para hacer lo que Dios le pedía. Eso hace todo aquel que quiere agradar a Dios. Cuando Dios llama no puedo resistirme a su voz de Padre, no puedo ser insensible a su clamor. Eliseo se sintió interpelado por Dios en la persona de Elías y respondió con libertad a ese llamado: “Luego se levantó, y siguió a Elías y se puso a su servicio”.
El que sigue a Jesús, está llamado a rechazar el espíritu “del mundo” y para que no se haga vida en la vida del discípulo. En esto San Pablo es claro: “Cristo nos ha liberado, manténganse firmes y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud…Caminen según el Espíritu” (Gal.5,1.13-18). ¿Por qué muchas veces no veo ni experimento la bondad de Dios en mi vida? Justo por lo que advierte San Pablo, porque soy esclavo del espíritu del mundo y no quiero ser esclavo del Espíritu de Dios. El que sigue a Jesús debe entender, que el diablo (o tentador) nos quiere convencer de que lo malo es bueno (esa una de sus tantas astucias).
Cuánta gente hoy en día vive un cristianismo sin la cruz de la exigencia, sin la cruz de la conversión, sin la cruz de la coherencia de vida. No queremos los mandamientos, no me interesa los sacramentos, no quiero, aunque tenga fe, perseverar en comunidad, no quiero cuidar mi fe. Entonces, me pregunto: ¿qué quiero de mi fe? O ¿qué estoy haciendo con mi fe? ¿Y con el llamado de Dios? Pablo advierte que hay una lucha, constante a mi modo de ver, entre el Espíritu de Dios y el espíritu del mundo.
Jesús toma una gran decisión: “ir a Jerusalén” (Lc.9,51-62), pero nunca solo, siempre acompañado de sus amigos, de los que le siguen. Deseó sembrar en ellos, una fe viva a prueba de todo, por eso les prueba hasta dónde es su fidelidad. No le reciben en Samaria, y eso suscita en sus discípulos, una especie de rechazo por no decir ira: “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?”. Si me digo discípulo, si me digo persona de fe, si me digo seguidor de Jesús, ¿cómo reacciono ante las adversidades?
Las excusas para no seguir a Jesús abundan cada día, en todos los tonos y en todas las modalidades. El evangelio de hoy nos advierte de algunas de ellas. “TE SEGUIRÉ A DONDE QUIERA QUE VAYAS”: es la excusa de la persona que se deja llevar por el sentimentalismo; cuando vives una jornada, retiro espiritual, asistes a una “charla bonita”, etc; te emocionas y luego no te dura mucho. Jesús, para esas personas tiene una respuesta: “los zorros tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Otro fue invitado por Jesús a seguirle, pero puso excusa: “DÉJAME PRIMERO IR A ENTERRAR A MI PADRE”; ni la familia, ni los amigos, ni nada ni nadie debe ser obstáculo para seguir a Jesús de verdad. Otra excusa del que es invitado a seguir a Jesús, va de la mano con el apego a los demás (incluyendo a la familia) y a las cosas: “TE SEGUIRÉ, SEÑOR, PERO DEJÁME PRIMERO DESPEDIRME DE MI FAMILIA”. Jesús jamás va a estar en contra de la familia, de los amigos, de los demás; tampoco está en contra de tener cosas (que las hayamos ganado con el sudor de nuestra frente). Nada ni nadie me tiene que apartar del amor de Cristo (cf.Rom.8,35-37).
Tú, yo y todos estamos llamados a seguir a Jesús de verdad, pero sin excusas. ¿Te animas a seguirle, servirle, proclamarle y amarle?
Con mi bendición.