Jesús es nuestra comida que salva
Había una vez una comunidad que la formaban personas muy pobres, a duras penas tenían algo para comer una vez al día. Esta comunidad, la llamaban “la Comunidad del Pan”, porque cada vez que se reunían los domingos, lo hacían para compartir el pan, acompañado de un refresco de frutas. Tenían algo en común: era panaderos y les gustaba comer pan. Un día, uno de ellos, que tenía el apelativo de “Pitipan” (porque cuando hacía sus panes, los hacía tan pequeños, que no duraba mucho tiempo en comerlos), organizó una fiesta grande en su chacra. El motivo: “la Resurrección de Jesús”.
Todos vinieron de varios lugares, se esforzaban en acudir temprano. Venían familias completas, inclusive de otros pueblos cercanos. Todos decían: “Pitipán está animoso, está feliz porque dice que Cristo ha resucitado”. Algunos, haciendo un esfuerzo un poco especial traían: leña, otros un poco de harina, otros, ya habían cocido algunos panes, no como los de “Pitipán”, pero hacían su mejor esfuerzo. Doña “Petita” que así se llamaba su esposa, recibía todos los productos y los colocaba en una mesa grande preparada para la ocasión. Cuando terminaron de colocar todo sobre la mesa, empezaban a cantar y a bailar, porque les había invadido un gozo grande que al final terminaron invocando la presencia de Dios para darle gracias por sus beneficios. La fiesta terminó probando todo lo que habían puesto en aquella mesa.
El pan y el vino provoca bendecir a Dios: “sacó pan y vino y bendijo a Abraham” (Gen.14,18-20). Hoy en esta solemnidad del Corpus Christi, Dios una vez más nos invita a bendecirle por todo lo que él nos da, nos ofrece para nuestra salvación, como aquellos pobladores de “la comunidad del pan”, que se alegraron por la fraternidad (un fruto de la Eucaristía) y porque había comida para todos (otro fruto de la Eucaristía llamado solidaridad). ¿Bendices a Dios cada día? ¿Bendices por lo que te da y por lo que no te da? ¿Le bendices por lo bueno y menos bueno que te pasa?
Uno de los relatos hermosos, lleno de sentido y muy importante en nuestra fe cristiana católica es la 2da lectura de hoy. San Pablo, reconoce que la Eucaristía no es “invento humano”, sino que es un regalo de Jesús, es Jesús mismo: “he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez les he transmitido”, “esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes”, “este cáliz es la nueva alianza” (1Cor.11,23-26). La doctrina acerca del sacramento de la Eucaristía no la podemos dudar: que el Pan y el Vino, por acción del Espíritu Santo se convierten en Cuerpo y Sangre del Señor. Podemos entonces, llamar al Señor, para que se quede en medio de nosotros. No dudemos de ello. Cuando participamos de la Eucaristía participamos de “la muerte del Señor hasta que vuelva”. Cuando venimos a cada celebración Eucarística, no venimos a “mirar un teatro” o un “siguiente número” dentro de una jornada como me dijo una vez una persona. Venimos a encontrarnos con Jesús mismo. Por eso mi actitud para cada celebración debe ser de: fe, recogimiento, gozo de saberse amado por Jesús que me salva, fortalecimiento de mi compromiso de caminar mejor para hacer la voluntad de Dios cada día, venir en estado de gracia para recibirlo, y cuando lo reciba debo hacerlo con todo respeto sin despreciar ni tratar de cualquier modo la misma Eucaristía, porque no recibo “la hostia”, recibo a Cristo mismo, al autor de la Salvación, no recibo “una galleta” como me dijo una señora.
Qué hace o qué provoca la Eucaristía. Desde el evangelio de hoy, provoca y suscita solidaridad: “Denles ustedes de comer” (Lc.9,11b-17). Alegría, ganas de caminar. Aquella gente, que Lucas cuenta en su evangelio, eran una multitud, que Jesús “curó a los que necesitaban”, necesitaban el pan de la esperanza, el pan de la alegría, el pan de las ganas de vivir. La tarea se la dejó a los apóstoles.
Ser un pan partido para los demás, ser una Eucaristía que se parte, se reparte y se comparte, es una tarea que le compete a la Iglesia, como continuadora de la obra de Jesús. Pero a veces buscamos excusas para no hacerlo. No queremos asumir ese reto grande. Hay mucha gente que sigue sedienta de amor de Dios, está hambrienta de su palabra, está hambrienta de esperanza.
Adoración, fraternidad y misión son como el trípode de cómo entender, aceptar y vivir la Eucaristía. Adoración (contemplación): “lo reconocieron al partir el pan” (Lc.24,35); es reconocer todo lo que Dios es y hace. Fraternidad: Jesús alrededor de la mesa juntó a los discípulos para provocar fraternidad, fruto del amor. Misión: los discípulos de Emaús (cf.Lc.24,13-35) corrieron hasta Jerusalén para contar como reconocieron a Jesús al partir el pan. Cada vez que me encuentro con Jesús, no puedo estar callado, tengo que anunciar a otros lo que Dios hizo en mí, y puede hacerlo en los demás. Jesús es nuestra comida que salva.
Con mi bendición.
