“Y cuando llegue el día del último viaje,
(Fragmento de “Retrato”, poema de Antonio Machado)
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”.
“No hay extensión más grande que mi herida,
(Fragmento de la elegía de Miguel Hernández a su amigo Ramón Sijé que murió en plena juventud).
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos”
Al cumplirse nueve días del fallecimiento del P. Otilio Monedero he considerado casi como un deber dedicarle algunas palabras de recuerdo, homenaje y agradecimiento. Por supuesto que se quedarán estas letras muy cortas para lo que Otilio merece, pero, de todas formas, me empuja una fuerza que surge no sé de dónde que me agita y me “obliga” a escribir alguna experiencia de su vida. Debo manifestarles anticipadamente que mi intención al escribir estos párrafos no es presentarles datos biográficos, ni siquiera en los veinte años que participé en la comunidad de Ica con él, sino algunas experiencias compartidas y, sobre todo mucho testimonio positivo de vida que me marcaron profundamente en mi devenir posterior desde el punto de vista humano y misionero. Ojalá les sirviera como ejemplo también a los que se interesen por esta reflexión.
Pulsemos las agujas hacia el reloj de la memoria u orientemos nuestra mirada al túnel del tiempo.
Llegué a Lima-Perú por primera vez un cinco de setiembre de 1980. Después de tramitar el Carnet de Extranjería con residencia permanente durante siete días hábiles, me entregaron las autoridades de migraciones un folleto, así era el formato en aquel tiempo, y, legalmente establecido, pude emprender mi viaje al destino de trabajo a la ciudad de Ica. Me destinó desde España el P. Antonio Elduayen en una conversación presencial, siendo él Visitador por aquel entonces, ya que se encontraba visitando a la familia al terminar la influyente y hasta determinante Asamblea General de ese año donde se redactaron las Constituciones y Estatutos que, exceptuando unos leves retoques a estos últimos en la Asamblea General de 2010, permanecen intactas hasta nuestros días y donde el mismo P. Antonio destacó con una participación muy activa y enriquecedora.
Por esos días se encontraba de paso en la comunidad de Surquillo el P. Jesús Esparza, integrante de la de Ica, que llegó para visitar al P. Eladio Díez, también de la comunidad de la tierra del sol eterno, y por entonces internado en la clínica Tezza por problemas de irrigación sanguínea en las piernas o en “las cañerías”, como él mismo coloquialmente afirmaba.
Ordené nuevamente los bártulos que traía de España, fundamentalmente algunos libros, un poco de añoranza, expectativas e ilusión, y salí con el P. Jesús Esparza hacia Ica un catorce de setiembre, después de almorzar en la misma comunidad de Surquillo que regía como Superior el P. Marciano Rodríguez con quien siendo Visitador por el año 1970, el P. O. Monedero ejerció también como Consejero Provincial.
Nos movilizaba rumbo a la tierra del sol un Volkswagen (“escarabajo”) que se portó muy bien por una carretera estrecha y de doble dirección entre un mar de arena a ambos lados. Recuerdo que el P. Esparza me comentó sin pizca de ironía y con convencimiento: “sabes… en España son bastante ignorantes, se piensan que en el Perú solamente existen los Andes y, como mucho, la selva…, pero no que haya tanto desierto, pues aquí lo tienes…”. Sonreí internamente con ese comentario porque yo también me podría contar entre esos incultos y por esa razón no dejé de sorprenderme y admirar un paisaje tan exótico e inimaginable para mí por aquellos años, un horizonte infinito de arena, porque no había ni una planta de vegetación entonces por las orillas del desierto sobre todo a partir de Chincha. Nos detuvimos brevemente en esta ciudad, en la vieja casa del patio interior adornada con árboles y flores, y emprendimos la marcha con rapidez para que el crepúsculo de la noche, que ya despuntaba en la lejanía de alguna duna, no nos impactara de lleno.
Más de uno se preguntará… ¿y hacia dónde apunta este preámbulo en relación a una breve crónica sobre el P. Otilio Monedero? Pues tal vez la respuesta esté concentrada en unas breves líneas que expongo a continuación. Llegados a Ica hacia las 8 pm, al cruzar con el carro la vieja puerta de malla agujereada de entonces que daba ingreso a la huerta, nada más aparcar el carro aparece por allí un “señor” de cierta edad, que yo pensé fuera el hortelano; adivinaron y acertaron, naturalmente era el P. O. Monedero a quien me estoy refiriendo que entonces no llegaba a cincuenta y cuatro años, y me comenta el P. J. Esparza espontáneamente pero con sensación de sinceridad: “¿conoces a éste?, no, le respondo sin pestañear, y a su vez me afirma, pues es el mejor vicentino que tenemos en la Provincia, pronto lo comprobarás…” y el P. O. Monedero frunció el ceño instintivamente sin señal de enfado no exento de extrañeza, entre humilde y avergonzada, y me comentó: tú eres Pedro, el nuevo “ en esta plaza”, te esperábamos, no hagas mucho caso de estas cosas que dice ahora el Superior y Director, tendrás muchas oportunidades para obedecer a lo que merece la pena y sea verdad y no a estas “locuras” que se le ocurren ahora al P. Esparza, cansado de manejar desde Lima… bienvenido y te espera la comida…
Efectivamente, pronto pude comprobar que el P. Monedero era un buen misionero vicentino y que las palabras del Director, interino por aquel año, eran justas y verdaderas.
Ahora ya sí, quiero concentrar mis palabras a la razón de ser de esta crónica, o como le quieran llamar… No me voy a extender en describir “un rosario” de cualidades y bondades del P. Otilio, prácticamente todos los misioneros lo conocen con mayor o menor intensidad y además me quedaría corto o no acertaría en pleno. Muchos han participado comunitariamente con él y cada uno puede deducir sus propias opiniones y conclusiones.
Destaquemos sin importar el orden de prioridades:
- Su humildad y sencillez, que no le impedía defender con firmeza sus convicciones y argumentos, aunque le faltara, en ocasiones, cierta facilidad y orden para expresarlos.
- Su espíritu de servicio y aceptación de entender la vida con alegría y satisfacción “desde un segundo plano” reconociendo que esa era su verdadera función y lo mejor que podía realizar en bien de la comunidad y de su vocación sacerdotal vicentina. ¡Qué virtud evangélica y qué ejemplo para “el mundillo” donde nos desenvolvemos, sumergidos con mucha frecuencia por la tentación de las aspiraciones, cargos, parcelas de poder… dejando aquello de “no aspiren a los primeros puestos” aparcado en el recuerdo o predicado para aplicarlo solamente de labios para fuera!
- Su sobriedad y austeridad personal para satisfacer sus necesidades, incluso las básicas, y su generosidad y condescendencia para con las peculiaridades y gustos de los misioneros que compartían su comunidad y, sobre todo, para los pobres de la parroquia. Le costó más de una preocupación y disgusto disponer de “bienes muebles” del colegio San Vicente de Ica, la mayor parte de ellos en desuso, para utilizarlos en las capillas parroquiales.
- Su tenacidad y persistencia en las labores apostólicas. En los lugares donde participó no acudían muchas personas a sus celebraciones o reuniones, pero él no contaba la respuesta en su servicio por el número de asistentes, no le preocupaba en exceso. Bastaba una familia para mostrarles cercanía, delicadeza, comprensión y apoyo sobre todo para lo más imprescindible.
- Su sensibilidad para ofrecerse a los lugares más vicentinos especialmente en “Tierra Prometida” y cuando ya pasaba de los setenta años de edad, “Pueblo Joven” surgido tras la inundación de 1998 y un arenal inhóspito que en poco tiempo y debido a múltiples gestiones supo dotar de agua permanente que era lo que más anhelaba y necesitaban sus moradores.
- Su pedagogía de acción evangelizadora de servicio social y sacramental. Probablemente no era muy consciente en su reflexión teológica sobre su forma de actuar, pero, apelando a las pruebas, descubrimos que, los comedores sociales, academias, conducción de agua, loza de deportiva y de juegos para niños, sobre todo en “Tierra Prometida” es una realidad. Sufrió mucho por los mantenimientos de dichas obras ya que los beneficiados, normalmente, no respondían como esperaba en la protección, cuidado y utilización que se les daba. Nunca descuidó el carácter más espiritual o sacramental de evangelización con las Eucaristías programadas, las novenas frecuentes a diversas advocaciones, las catequesis y algunos programas de formación para adultos.
- Su capacidad para reconocer y estimar (hasta ensalzar) los valores de los demás. En el mundo en que vivimos, donde la autonomía e independencia en el trabajo personal gana terreno, bueno sería analizar las razones y, una, sin duda, es cierto recelo o similares a perder nuestros propios “dominios” por las actitudes positivas que otros puedan ofrecer sobre el mismo trabajo.
- Su preocupación constante por el mantenimiento estructural de los ambientes del colegio y de la parroquia. Eso significa bastante trabajo e inquietud porque las exigencias son cada vez mayores en el ámbito educativo y parroquial. Primero el servicio a las personas, sí, pero los ambientes donde se desenvuelven también son esenciales.
Añadamos también que tenía una profunda sensibilidad con los animales y con las plantas. Utilizaba una pedagogía de amor a la ecología y disfrutaba viendo crecer y extenderse la vida como prolongación de la Providencia de Dios. Independientemente de la ideología que se tenga y de los objetivos que se propongan, fue un adelantado a la concientización ecológica de la sociedad actual sin pretenderlo y, probablemente, sin darse cuenta.
- El talante para afrontar las situaciones diversas de la vida con equilibrio, respeto y serenidad. Nadie duda que el P. O. Monedero era muy nervioso pero la reacción que le producía este rasgo de su personalidad influía negativamente más en sí mismo que en los demás. Sufría al ver sufrir y eso le llevaba a adoptar un talante de cercanía y de orientar a las personas hacia la relativización de sus imaginaciones, por posibles y reales que fueran, y a no sobredimensionar los problemas. ¿No se habla ahora, o ya desde hace algunos años, de la importancia de la “pastoral del corazón” que se fundamenta en la escucha y en la comprensión de los sentimientos y de ciertas reacciones negativas o pesimistas para ofrecer un poco de optimismo y esperanza ante situaciones de dolor, desesperación o angustia por las que atraviesan tantas personas por multitud de causas en esta sociedad competitiva y restrictiva que hemos instaurado? Pues el P. Monedero, seguro que sin conocerlo ni pretenderlo, ya lo practicaba desde hace muchos años. Lo pueden reafirmar también tantas profesoras que se acercaban para solicitar un consejo o un favor y lo mismo algunos alumnos, padres de familia y, sobre todo, feligreses de las diferentes zonas parroquiales que atendía donde su generosidad se desbordaba hasta límites donde ya resultaban insostenibles.
- El talante adoptado para afrontar “el anochecer de la vida” en la enfermería de la Casa Provincial. Le costó salir del trabajo realizado en Ica y todo lo que representaba para él ese lugar. Después de alrededor de cincuenta años en un mismo destino colaborando callada y abnegadamente en el colegio y la parroquia no resulta fácil desprenderse de las personas, de las obras, del paisaje, del clima… Sin embargo, superada “la mordedura” de la nostalgia de los primeros días y gracias a las atenciones recibidas fue acostumbrándose adoptando siempre lo que ha sido su costumbre en su carácter: molestar lo menos posible y respeto y consideración con los misioneros que compartían sus habitaciones vecinas, la comunidad entera de Miraflores, las visitas frecuentes que tenía y la delicadeza y agradecimiento al personal de servicio. Se sentía feliz conversando distendidamente de cualquier situación de carácter vicentino, político, social, deportivo… mostraba interés y tenía lucidez de pensamiento prácticamente hasta que la luz de la vida se fue oscureciendo.
Podría añadir algunas actitudes más, pero, haciendo un recuento, veo que he llegado al decálogo. Creo que son suficientes. Escucho una voz en el interior que me dice: “no me ensalces en exceso…” y por eso aquí me quedo.
Por supuesto, también tenía limitaciones o debilidades que él mismo reconocía, pero hasta el mismo San Vicente de Paúl, al hablar de algún cohermano difunto, decía que hay que fijarse siempre en las virtudes para que sean una huella permanente de compromiso en el presente y futuro.
Indicar, finalmente, que el protagonista de estas líneas también anduvo por “la perla de los Andes” (Tarma) y la parroquia de Mercedarias en Barrios Altos-Cercado de Lima donde guardaba muy buenos recuerdos de ambos lugares.
Nació en Salazar de Amaya (Burgos) el 10 de diciembre de 1926 y siempre sentía orgullo de sus raíces y herencias castellanas, aunque desde niño salió de su hogar para realizar sus estudios menores y mayores en las diversas “apostólicas” y posteriormente Seminarios de los PP. Vicentinos en España. Ordenado sacerdote en 1953 llegó al poco tiempo a Perú para comenzar su andadura misionera por los lugares ya descritos.
Su familia biológica, muy unida y numerosa, siempre lo han apreciado mucho y él sentía profunda cercanía aun desde esta larga distancia, por sus padres, cuando vivían, y sus hermanos que se fueron apagando a partir del año 1995, aunque todavía vive una hermana y numerosos sobrinos que lo apreciaban y con quienes conversaba por videollamada de Whatsapp con frecuencia.
Comencé con unos versos de dos poetas que escribían acerca de los sentimientos que les producía la reflexión sobre la muerte. También termino con lo mismo primero refiriéndome a unas palabras del Himno nacional de Cuba que dice “…que morir por la patria es vivir…”, nosotros podríamos decir desde el ejemplo del P. O. Monedero y desde la fe que se desprende de su ejemplo que “que morir por Cristo reflejado en el pobre es Vivir”.
San Vicente decía: “… considerando que el espíritu de la Iglesia es pensar en las virtudes de los que han muerto en el Señor y que por eso ha establecido notarios que recojan y manifiesten los combates de los mártires y las santas acciones de los confesores…, he creído conveniente que podríamos nosotros hacerlo útil y he sentido un gran consuelo. Deseo que esta práctica se conserve dentro de la humildad y caridad cristiana entre nosotros” (I 577).
El P. Otilio Monedero falleció el 6 de octubre, fiesta de San Bruno, fundador de la Cartuja y patrono del silencio y de la austeridad, y en la víspera de la advocación mariana de Ntra. Sra. del Rosario. Seguro que con tales “padrinos”, unidos a San Vicente de Paúl y al Señor de los Milagros, en este mes de octubre de tan profunda devoción en Lima, gozará definitivamente de la paz en el Reino de Dios.
P. Pedro Guillén Goñi, CM
Lima, 15 de octubre de 2022, fiesta de Santa Teresa de Jesús.
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