III
Mi Padre
Don José Socorro Cárdenes
Pepito Socorro para amistades y familiares
El justo crecerá como una palmera,
Se alzará como un cedro del Líbano:
Plantado en la casa del Señor (Salmo 91)
Mi Padre fue siempre un hombre de fe y muy piadoso. La piedad en él era muy natural y no podríamos tacharla de mojigatería, ni de ñoñería. Con toda seguridad la heredó de su santa madre Juana, de la cual hablaba siempre con especial veneración, recordándonos los acertados consejos que recibió de ella en su juventud.
Era un hombre de pocas palabras, sobre todo, con los pequeños, como si le faltara tiempo para ocuparse de cosas más importantes. A juzgar por las repetidas veces que se le veía santiguarse, y por sus repetidos desahogos: ¡Dios nos favorezca! ¡Bendito sea el Señor!, nos daba la impresión de que vivía continuamente en la presencia de Dios. Era un encanto oírle cantar o tatarear con buen oído, detrás de las vacas cuando araba, las canciones del Dios del cielo y de las criaturas. La yunta se quedaba dormitando y había que pinchar a los animales para que acabaran el surco. Mi hermano Paco, que sin duda tiene la mejor voz y el mejor oído de la familia, recuerda perfectamente estas canciones y hasta se dio el lujo de grabarlas con sus hijos.
Trabajaba de la mañana a la noche. Tenía el arte de silbar con la boca bien y fuerte, se le oía desde cualquier lugar de la finca y ya sabíamos lo que quería y pedía: un jarro de agua fresca para mojar su garganta. Cuando llegaba a casa por la noche, lo primero que hacía era sacar del “taco” del calendario la hojita con el resumen de la fiesta o vida del santo del día. Luego se la entregaba a uno de sus hijos mayores para que la leyera en voz alta para todos, mientras se preparaba la mesa para la cena. Al comenzar el año, él mismo se preocupaba de comprar el calendario y lo colocaba detrás de la puerta principal.
Con la regularidad con que lo hace una comunidad religiosa, el jefe de familia bendecía la mesa y rezábamos todos con las manos juntas, antes y después de las comidas. Después de la cena, el rosario que siempre dirigía él mismo y nadie le quitaba este privilegio, ni el cura cuando llegaba de vacaciones. Duraba el santo rosario tres cuartos de hora: cinco misterios, letanías lauretanas en latín ( pronunciadas a su manera ) y luego, la larga letanías de Padrenuestros, Avemarías y Glorias a toda la corte celestial, empezando por San José, para que nos alcance una buena muerte y terminando con santa Bárbara bendita, para que nos libre Dios de las malas tempestades.
El último día del mes llegaba la capillita de la Virgen Milagrosa de la Visita Domiciliaria. El primer misterio del rosario, después de las oraciones de bienvenida a la Virgen, se rezaba de rodillas ante la imagen, primorosamente preparada por mis hermanas, con sus flores y lamparita. Fue mi tía Agustina, siempre en contacto con los Padres Paúles de Las Rehoyas y del Puerto de La Luz, la que introdujo la Visita Domiciliaria en los caseríos cercanos de Las Torres y del Cardón. Los domingos la gente menuda despertaba temprano, para ir a la misa de alba de Tamaraceite, los mayores iban a la misa de doce, (algunas veces en las fiestas acudíamos al Lomo Apolinario a la iglesia de los Padres Paúles). Mi padre ya había ordeñado las vacas y tenía preparada la yegua blanca para salir a Las Palmas. Cuando llegaba a la ciudad iba directo al seminario, saludaba a su hijo Pedro, intercambiaba las bolsas de la ropa limpia y sucia, y sin pérdida de tiempo oía la primera misa y recibía la sagrada comunión en el seminario o en la Catedral. Luego desayunaba en una churrería y seguía oyendo otras misas en diferentes iglesias, hasta el momento de partir para llegar a casa a la hora del almuerzo.
No era muy amoroso con sus hijos, lo que le sobraba a la madre le faltaba al padre. Pero los domingos era una excepción, casi siempre nos traía algunas golosinas: caramelos o pastillas de limón. Pero era muy generoso compartiendo con la familia lo que él creía más interesante, las principales ideas de los sermones que había oído aquella mañana. Como tenía buena memoria la sobremesa de los domingos era siempre larga. Fue un asiduo lector de la Biblia, que tenía en doce tomos con letra grande. La lectura la hacía, sobre todo, los domingos por la tarde mientras atendía a los animales. Pedro le acompañaba en esta tarea cuando estaba de vacaciones. Llegó a saberse la Biblia de memoria. Con las notas aclaratorias y los miles de sermones que había oído en su vida, sabía distinguir perfectamente lo que era una parábola o una historia. De lo que no dudaba era de la enseñanza del Espíritu Santo en cada una de sus páginas. El único vicio que tenía era el tabaco, que fumaba moderadamente en pipa. Cuando llegaba la cuaresma le entregaba la pipa a mi Madre para que la guardara y se olvidaba de ella hasta Pascua de Resurrección, no le bastaba la penitencia que prescribía la Iglesia.
Los últimos años de su vida los pasó en cama con el rosario en sus manos y oyendo todas las misas y sermones que pasaban por radio. Tenía la santa manía de pedir al Señor que su hijo misionero estuviera presente a la hora de su muerte. Y el Señor le concedió esta gracia. Manolo estaba en casa de vacaciones, le traía todos los días la Sagrada Comunión. Estaba sentado tomando su desayuno, después conversó un largo rato con su hermana Sor Antonia, Hija de la Caridad que llegaba a casa en aquellos momentos. Mi hermana Flora, la enfermera de turno, después de asearlo y vestirlo con ropa limpia, nos pidió que le ayudáramos a subirlo a la cama. Fue entonces cuando su bendita alma voló al cielo, en los brazos de su hija Flora, de su hijo sacerdote y de su hermana Sor Antonia.
“Bienaventurados los que mueren en el Señor.
Sí, bienaventurados, porque sus obras los acompañan,
Mes de mayo, el mes de la Madre de Una buena mamá
no solo acompaña a los niños en el crecimiento, sino también a evitar los problemas ,y los desafíos de la vida. Una buena mamá ayuda a tomar las decisiones definitivas con libertad”.(Papa francisco)
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