Este mandato imperativo del Señor para con sus apóstoles, hoy sigue resonando en cada uno de nuestros corazones. En cada uno de los corazones que se cuestionan frente a la realidad que estamos viviendo y frente a la necesidad de tanta gente que sufre los azotes de la pobreza, de la miseria, del olvido, de la indiferencia.
Estamos pasando por momentos difíciles para todos, producto de la pandemia. Muchas familias enteras han quedado sin empleo, sin ingresos económicos mínimos para poder tener al menos para el alimento diario. Ya de por sí, en muchas zonas de nuestro país y de nuestra parroquia, existían familias que padecían por la falta de condiciones mínimas para poder vivir con dignidad. Hoy, estas familias se han visto más golpeadas y se han multiplicado.
Frente a este contexto adverso, nos cuestionamos, como los apóstoles, al ver a tanta gente que, sin importarles el tiempo o la distancia o las condiciones en las que están, siguen a Jesús y a su grupo de amigos porque saben que él tiene palabras de vida eterna y no los abandonará en medio de sus necesidades corporales y espirituales.
Muchos hemos visto cómo, frente al dolor y al sufrimiento de nuestra gente y, sin pensarlo dos veces hemos dado respuesta a esto desde nuestra comodidad y nuestra tranquilidad, repitiendo una y otra vez “despide a la multitud para que vayan a otros pueblos en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto”. Sí, esta es la respuesta más fácil, pero la menos adecuada que podemos dar aquellos que nos llamamos cristianos.
No podemos desentendernos de nuestros hermanos, en especial de los más vulnerables, de los que padecen hambre y sed, de los que son arrinconados y convencidos de que no valen, de que no pueden, de que deben esperar simplemente la muerte porque no hay solución frente a lo que viven y también porque no encuentran a nadie que les ayude a salir de la situación en la que están ni que les devuelva la esperanza ni la dignidad de hijos de Dios, tan venida a menos.
Parece ser un cuadro bastante fatal, pero no lo es del todo. Siempre hay personas generosas que sin importarles su propio bienestar, donan de lo poco que tienen, de su tiempo, de sus dones, de sus talentos, de sus propios corazones para socorrer al hermano en desgracia porque saben que al servirlo sirven al mismo Cristo sufriente que clama un poco de atención en la persona de los que sufren.
Durante este tiempo hemos visto cómo el Señor sigue obrando el milagro de la multiplicación de los panes en medio del desierto y de las necesidades que pasan nuestros hermanos. Y aunque “No tenemos más que cinco panes y dos pescados…” a pesar de la pequeñez de lo que tenemos, el Señor ha hecho fructificar esos dones y se han multiplicado, a tal punto que por lo menos 500 personas de nuestro entorno parroquial, pueden tener un plato de comida diariamente. Y es que Dios sigue obrando, nosotros ponemos alguito y él pone todo lo demás. Así, en nuestros días y en medio de la adversidad, se sigue realizando el milagro de la solidaridad.
Esta es la experiencia que estamos viviendo como parroquia, como comunidad de hermanos que se sienten interpelados por lo que nos toca vivir.
A nivel de la parroquia y sintiendo el clamor de Dios en lo más profundo de nuestro ser (“denles ustedes de comer”), con su gracia y con la ayuda de muchos corazones generosos, hemos podido implementar, hasta el momento, 5 comedores en los que se benefician aquellos que más necesitan, “nuestros amos y señor”, como diría san Vicente.
Mediante un trabajo conjunto con la gente de la parroquia, instituciones generosas como Coprodeli, y con la colaboración de la misma gente beneficiaria, estamos recreando el milagro de la multiplicación de los panes y los peces y tratando de aliviar en algo las carencias de muchos que ven una luz de esperanza en medio de tanta oscuridad.
“Con la fuerza de nuestros brazos y el sudor de nuestra frente”, se han podido implementar cuatro comedores en la zona de tierra prometida, la cual se encuentra en medio de las calientes dunas de Ica, literalmente, en medio del desierto. Aquí se ha buscado beneficiar de manera especial a los niños, los ancianos desamparados, las familias pobres y las madres abandonadas. Todos ellos están muy bien organizados en clubes o grupos esparcidos a lo largo de 17 asentamientos humanos. A todos ellos no solo se les brinda el alimento diario, sino también charlas y talleres de autoayuda una vez por semana, buscando que se empoderen como personas y que descubran que tienen capacidades y virtudes que les pueden ayudar a cambiar la realidad propia, de sus familias y del entorno en el que viven. Se busca brindar una ayuda integral que les devuelva la esperanza y las ganas de vivir.
Por otro lado, viendo a tanta gente mendigando en las calles de la ciudad y a tantos hermanos nuestros que, dejando sus familias, su tierra, sus ilusiones por venir en busca de un futuro mejor y de nuevas oportunidades para salir adelante, hemos implementado otro comedor, el cual funciona en nuestra sede parroquial y que beneficia a más de 100 personas, en su mayoría migrantes.
Todo este trabajo conjunto es nada en comparación de toda la necesidad que existe, pero, como diría la madre Teresa de Calcuta “a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota de agua en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”. Es poco lo que hacemos, es tan solo una gota en medio de todo el mar de necesidades por las que pasan nuestros hermanos más pequeños, pero estamos seguros que para cada uno de los beneficiarios, es suficiente como para reconocer en esa pequeñez la grandeza de nuestro buen Dios que no se olvida nunca de darnos gestos de su infinito amor cuando todo parece perdido y nos recuerda que aún hay manos generosas que quieren seguir haciendo realidad el mandato del señor, “denles ustedes de comer”.
En este “Denles ustedes de comer…” hemos oído este clamor del Señor y estamos respondiendo con generosidad y alegría de corazón.
Con este “Denles ustedes comer…” Jesús sigue urgiéndonos día a día y nos mueve a ir contagiando a otros en esta red de caridad.
Este “denles ustedes de comer…” nos sigue interpelando y animando a lo largo de la vida.
Tú, ¿Te animas también a responder con generosidad a este mandato del Señor que te pide “denles ustedes de comer”?
P. Carlos Ramírez, CM
Comunidad Ica