La lectura de este hermoso texto, que en realidad es una meditación que tiene como trasfondo el texto de Mc 16, 1-9, ha sido para mí una verdadera experiencia espiritual.
El Papa nos hace ver que la situación tan difícil que vivimos estos días se compara a la pesada piedra que estaba delante del sepulcro, y como las mujeres que fueron al sepulcro nos preguntamos: “¿Quién nos correrá esta pesada piedra?” (Mc 16, 3). ¿Cómo haremos para llevar adelante esta situación que nos sobrepasa completamente? Es la pesantez de la piedra del sepulcro que se impone ante el futuro y que amenaza, con su realismo, sepultar toda esperanza.
No sospechaban las mujeres que al interior del sepulcro no estaba la muerte, sino la Vida: Cristo Resucitado; el resucitado que quiere resucitar a las mujeres y, con ellas, a la humanidad entera. El Papa nos invita a contemplar a Cristo resucitado presente en esta situación de sufrimiento y dolor. Contemplar a Cristo no como un ser poderoso y triunfante, tranquilo y feliz, ajeno al sufrimiento humano, sino callado, impotente y humillado que sufre con nosotros el dolor, la oscuridad y hasta la misma muerte (Cfr. JA, Pagola: “No te bajes de la cruz”). Cristo presente en las víctimas de la pandemia.
A diferencia de muchos apóstoles que huyeron presos del miedo y la inseguridad, que negaron al Señor y escaparon (Cfr. Jn 18, 25-27), las mujeres fueron capaces de ponerse en movimiento y no dejarse paralizar por lo que estaba aconteciendo. Como esas mujeres son los que hoy, no huyendo con la ilusión de salvarse a sí mismos, están dispuestos a servir hasta el heroísmo. ¿Quiénes son?: los médicos, enfermeros y enfermeras, limpiadores cuidadores, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, los científicos que buscan vacunas antivirus, los que rezan por los demás, los que difunden esperanza, los sacerdotes, religiosos y religiosas; por medio de ellos, auténticos corredores de la piedra del sepulcro, Dios está actuando, curando y sanando, empeñado en regenerar la belleza y hacer renacer la esperanza: “Miren que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan?” (Is 43, 18b).
Personalmente, pienso que providencialmente Dios le está permitiendo a la Iglesia en esta difícil hora dejar, como decía Vicente de Paúl, a Dios por Dios. Dejar a Dios presente en los sacramentos por Dios presente en el proyecto de vida que nos propone el Evangelio: unir el anuncio del evangelio del Reino a vivir con un fuerte sentido comunitario que une a los individuos y a las familias para que, como los primeros cristianos, cuide de huérfanos y viudas, atienda a los enfermos y ancianos, a los incapacitados y a los que carecen medios de vida, tenga un fondo para los funerales de los pobres y un servicio para las épocas de epidemia. Un desafío grande para la Iglesia en el futuro será saber unir a Dios presente en los sacramentos, en el templo y en los ritos, con Dios presente en los hermanos, especialmente en los pobres y necesitados (Cfr. Mt 25, 31-45). Ser de veras Iglesia de los pobres.
Providencialmente Dios también le está permitiendo a la Iglesia en este tiempo de pandemia a tener inventiva e imaginación en su pastoral, muy consciente de que “el amor es inventivo hasta el infinito”, como afirmaba también Vicente de Paúl. Lo estamos constatando con gozo espiritual en estos días en nuestra arquidiócesis de Lima.
“Este es el tiempo propicio, afirma muy bien el Papa Francisco en “Un plan para resucitar”, de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que solo el Evangelio nos puede proporcionar. El Espíritu, que no se deja encerrar ni instrumentalizar con esquemas, modalidades y estructuras fijas o caducas, nos propone sumarnos a su movimiento capaz de “hacer nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5)… “No podemos permitirnos de escribir la historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos. Es el Señor quién nos volverá a preguntar “¿dónde está tu hermano?” (Gn 4, 9)”.
José Antonio Ubillús Lamadrid, C.M.