Compartimos el tema del segundo día – Semana Vicentina 2018 – CAVI
INVITACIÓN DEL PAPA FRANCISCO A LA SANTIDAD
P. Ernesto Hernández, CM.
Resumen de la Charla de la encíclica de Gaudete et Exsultate.
La encíclica fue dada a conocer el 9 de abril de este año. Titulada “Gaudete et exsultate”, que significa “Alegraos y regocijaos”, es un llamado a la santidad en el mundo actual. Es el 5º documento magisterial del papa Francisco.
“Dios nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada”, escribe el Papa Francisco al principio de la Exhortación, que “no pretende ser un tratado sobre la santidad”.
Su objetivo es “hacer resonar una vez más el llamado a la santidad”, modulando este mensaje a la situación contemporánea, “con sus riesgos, desafíos y oportunidades”.
Esta encíclica está compuesta de 5 capítulos a saber: El llamado a la santidad; Dos sutiles enemigos de la santidad; A la luz del maestro; Algunas notas de la santidad en el mundo actual; Combate, vigilancia y discernimiento.
Capítulo primero. El llamado a la santidad
En este capítulo, el papa nos recuerda que la santidad ha estado presente desde el Antiguo Testamento, hasta llegar a personas que conocemos y con las que convivimos cotidianamente, como la propia madre, abuela u otras personas. Él les llama los santos de la puerta de al lado.
También nos recuerda que existen varios tipos de testimonio. Cada creyente tiene que discernir su propio camino y sacar lo mejor de sí. Así mismo, el Espíritu Santo suscitó michas formas de dinamismos espirituales que provocaron reformas importantes en la Iglesia.
Ser santos desde el estado de vida que hemos escogido. Desde la vida consagrada, el matrimonio, o la soltería. Desde el trabajo, o cargo que tengamos. Bajo el impulso de la gracia divina, vamos construyendo esa figura de santidad que Dios quería, pero no como seres autosuficientes sino “como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”. La misión de un cristiano tiene que ser concebida como un camino de santidad, ya que es voluntad de Dios (Cf 1Ts 4,3).
En el fondo, la santidad es vivir en unión con Cristo, en él tiene su sentido pleno, en unión con los misterios de su vida. Consiste en asociarse a la muerte y resurrección del Señor. Es reproducir en la propia vida la existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús.
La santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya.
No todo lo que dice o hace un santo es perfecto y fiel al Evangelio. Hay que contemplar toda su vida, su camino entero de santificación.
Necesitamos concebir la totalidad de su vida como una misión. Así mismo, la misión del santo es inseparable de la construcción del reino de Dios. El identificarse con Cristo, implica el empeño por construir ese reino de amor, justicia y paz para todos.
En la medida en que se santifica, cada cristiano se vuelve más fecundo para el mundo. No tengas miedo de dejarte amar y liberar por Dios. De dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia.
Capítulo segundo. Dos sutiles enemigos de la Santidad
Estas dos herejías surgieron en los primeros siglos del cristianismo y conllevan in inmanentismo antropocéntrico disfrazado de verdad católica. En ellas se expresa un inmanentismo antropocéntrico disfrazado de verdad católica. Da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás.
- El Gnosticismo actual
Esta herejía parte de una fe, basada en la propia experiencia, razonamientos y conocimientos. El sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos.
Los gnósticos juzgan a los demás según la capacidad que tengan de comprender la profundidad de determinadas doctrinas. Son incapaces de tocar la carne sufriente de Cristo en los otros. Creen que con sus explicaciones ellos pueden hacer perfectamente comprensible toda la fe y todo el Evangelio. Absolutizan sus propias teorías y obligan a los demás a someterse a los razonamientos que ellos usan. Creer que porque sabemos algo o podemos explicarlo con una determinada lógica, ya somos santos, perfectos, mejores que la “masa ignorante” es un error.
- El Pelagianismo actual.
En el pelagianismo sólo se confía en las propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico. Se pretende ignorar que “no todos pueden todo”, y que en esta vida las fragilidades humanas no son sanadas completa y definitivamente por la gracia. La falta de un reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites es lo que impide a la gracia actuar mejor en nosotros.
Para poder ser perfectos, como a él le agrada, necesitamos vivir humildemente en su presencia, envueltos en su gloria; nos hace falta caminar en unión con él reconociendo su amor constante en nuestra vida.
Hay cristianos que se empeñan en la justificación por las propias fuerzas y se manifiesta en muchas actitudes como: la obsesión por la ley, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia.
Recordemos que el resumen de la ley es la caridad, la fe que actúa por el amor. En el rostro del hermano, principalmente el más necesitado se encuentra presente la imagen de Dios.
Capítulo tercero. A la luz del maestro.
Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas (Mt 5.3-12; Lc 6, 20-23). Viviéndolas seremos unos buenos cristianos
La palabra “feliz” o “bienaventurado”, pasa a ser sinónimo de “santo”, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí la verdadera dicha. Las bienaventuranzas sólo podemos vivirlas si el Espíritu nos invade y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo. Con las bienaventuranzas, Jesús nos interpela, nos desafía con sus palabras.
- “Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Se nos invita por un lado a tener un corazón pobre, y que dejemos entrar a Dios en nuestra vida, así mismo, imitar a Jesús quien se hizo pobre por nosotros. Ser pobre en el corazón, esto es santidad.
- “Felices los mansos, porque heredarán la tierra”. Si vivimos tensos, engreídos ante los demás, terminamos cansados y agobiados. Pero cuando miramos sus límites y defectos con ternura y mansedumbre, sin sentirnos más que ellos, podemos darles una mano y evitamos desgastar energías en lamentos inútiles. Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad.
- “Felices los que lloran, porque ellos serán consolados”. La persona que ve las cosas como son realmente, se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz. La vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás. Saber llorar con los demás, esto es santidad.
- “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados”. La justicia empieza por hacerse realidad en la vida de cada uno siendo justo en las propias decisiones y luego se expresa buscando la justicia para los pobres y débiles. La palabra “justicia” puede ser sinónimo de fidelidad a la voluntad de Dios con toda nuestra vida, pero no olvidemos que se manifiesta especialmente en la justicia con los más desamparados. Buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad.
- “Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzaron misericordia”. La misericordia tiene dos aspectos: es dar, ayudar, servir a los otros, y también perdonar, comprender. Mateo lo resume en una regla de oro: “Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella” (Mt 7, 12). Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad.
- “Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios”. En la Biblia, el corazón son nuestras intenciones verdaderas, lo que realmente buscamos y deseamos, más allá de lo que aparentamos: “El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón” (1 S 16, 7). El Padre, que “ve lo secreto” (Mt 6,6), reconoce “lo que hay dentro de cada hombre” (Jn 2, 25). Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad.
- “Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Él pedía a los discípulos que cuando llegaran a un hogar dijeran: “Paz a esta casa” (Lc 10,5). “El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz” (St 3,18). Los pacíficos son fuente de paz, constituyen paz y amistad social. Esta paz evangélica no excluye a nadie, sino que más bien integra. Para lo cual se requiere una gran amplitud de mente y de corazón. Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad.
- “Felices los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. Este camino va en contracorriente, hasta el punto de convertirnos en seres que cuestionan a la sociedad con su vida, personas que molestan. Si queremos una vida mediocre, busquemos una vida cómoda, ya que “quien quiera salvar su vida la perderá” (Mt 16,25). Aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas, esto es santidad.
Ante todo esto, el gran protocolo para alcanzar la santidad es la misericordia, que se expresa concretamente en las obras de misericordia que nos dice san Mateo (Mt 25, 35-36). Pero no podemos irnos al otro extremo, siguiendo algunas ideologías que sólo buscan el servir al prójimo, quitándole todo indicio de relación personal con el Señor.
Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse, está llamado a obsesionarse, desgastarse y casarse intentando vivir las obras de misericordia. La fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final.
Capítulo cuarto. Algunas notas de la santidad en el mundo actual.
Sin menospreciar los medios “tradicionales” para alcanzar la santidad: Métodos de oración, sacramentos de la Eucaristía y reconciliación, sacrificios, diversas formas de devoción, y Dirección espiritual, el papa Francisco propone grandes manifestaciones como un modelo de santidad, de amor a Dios y al prójimo:
- Aguante, paciencia y mansedumbre. La primera de estas grandes notas es estar centrado, firme en torno a Dios que ama y que sostiene. Desde esa firmeza es posible aguantar, soportar las contrariedades los vaivenes de la vida, y también las agresiones de los demás. El santo no gasta sus energías lamentando los errores ajenos, es capaz de hacer silencio ante los defectos de sus hermanos y evita la violencia verbal (cf. Flp 2,3). Por otro lado, si tú no eres capaz de soportar y ofrecer algunas humillaciones no eres humilde y no estás en el camino de la santidad. La humillación te lleva a asemejarte a Jesús, es parte ineludible de la imitación de Jesucristo. (1 P 2, 21).
- Alegría y sentido del humor. El santo es capaz de vivir con alegría y sentido de humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos” (Flp 4,4). Por último, la alegría que se comparte y se reparte, porque “hay más dicha en dar que en recibir” (Hch 20, 35). “Dios ama al que da con alegría” (2 Co 9,7).
- Audacia y fervor. La santidad es parresía: es audacia, es empuje evangelizador que deja una marca en este mundo. Jesús nos dice “no tengáis miedo” (Mc 6,50). Estas palabras nos permiten caminar y servir con esa actitud llena de coraje que suscitaba el Espíritu Santo en los Apóstoles. Audacia, entusiasmo, hablar con libertad, fervor apostólico, todo eso se incluye en el vocablo parresía. La parresía es sello del Espíritu. Es feliz seguridad que nos lleva a gloriarnos del Evangelio que anunciamos.
- En comunidad. Es muy difícil luchar contra la propia concupiscencia y contra las asechanzas del demonio y del mundo egoísta si estamos aislados, si estamos demasiado solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y sucumbimos. La santificación es un camino comunitario, de dos en dos.
- En oración constante. Recordemos que la santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración. El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios. No creo en la santidad sin oración.
Capítulo quinto. Combate, vigilancia y discernimiento.
La vida cristiana es un combate permanente. Se requiere fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio.
El combate y la vigilancia
No se trata sólo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones. Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal. No podemos reducir en los evangelios las posesiones diabólicas a simples enfermedades mentales, y decir que el demonio no existe o no actúa. El “Malo” indica un ser personal que nos acosa. Jesús nos enseñó a pedir confiadamente esa liberación para que su poder no nos domine.
Las armas poderosas que el Señor nos da son: La fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero.
La corrupción espiritual es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autoreferencialidad, ya que “el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” (2 Co 11,14)
El discernimiento
¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo? La única forma es el discernimiento, que no sólo supone una buena capacidad para razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir.
Jesús nos llama a examinar lo que hay dentro de nosotros: deseos, angustias, temores, búsquedas y lo que sucede fuera de nosotros los “signos de los tiempos” para reconocer los caminos de la libertad plena: “Examinadlo todo; quedaos con lo bueno” (1 Tes 5,21)
El discernimiento no sólo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o cuando hay que tomar una decisión crucial. Es un instrumento de lucha para seguir mejor a Jesús.
El papa nos pide en este punto, no dejar de hacer cada día, en diálogo con el Señor, un sincero “examen de conciencia”.
El discernimiento orante requiere partir de una disposición a escuchar. Sólo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus esquemas. Tal actitud de escucha implica obediencia al Evangelio como último criterio, pero también al Magisterio. No se discierne para ver qué más le podemos sacar a la vida, sino para reconocer cómo podemos cumplir mejor esa misión que se nos ha confiado en el Bautismo, y eso implica estar dispuestos a renunciar hasta darlo todo.