La parábola que Jesús nos presenta en el evangelio de hoy, dos hombres que hacen exactamente lo contrario de lo que dicen, nos invita profundamente a pensar sobre el sentido de coherencia, transparencia y sinceridad que se deriva de nuestros actos. Analicemos detenidamente cuántas veces le decimos “sí” al Señor y hacemos “no” y cuántas veces le decimos “no” y hacemos “sí”. Algunos ejemplos, de los muchos que nos pueden suceder en la vida, pueden ser demostrativos y elocuentes. Con frecuencia presumimos de nuestra vida religiosa, de nuestros cumplimientos y exigencias dominicales y otras prácticas en relación con Dios (decimos “si” a un modelo de vida y de fe que, sin duda, debemos tener en cuenta) pero nos cuesta mucho más la participación activa en la parroquia, la asistencia a reuniones de formación, la integración en grupos para crecer juntos… Suele suceder que a este tipo de invitaciones también decimos que sí y, sin embargo, nuestra respuesta suele ser la contraria. O aquellos otros que creen decir sí al Señor recordándolo esporádicamente en alguna celebración pero olvidándose de la fidelidad, justicia, amor y otros valores esenciales que debemos tener presente desde el seguimiento de Jesucristo en la predicación del Reino de Dios.

Jesucristo nos dice “no sólo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre”. Nos puede suceder que creamos justificarnos ante Dios con algún rito esporádico pero hay quienes dicen “no” al Señor porque no son muy

“piadosos” y, sin embargo, tienen una gran sensibilidad social: ayudan a los ancianos, a los enfermos, encuentran tiempo para acciones solidarias y luchan contra la corrupción y la hipocresía. Gente que ha comprendido que Dios está en el otro, que Cristo está en la ayuda al hermano que aman a fondo perdido. Por esto el Señor afirma en el evangelio de hoy “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino de Dios” (Mt. 21,31). Una fe conformista y autosuficiente no puede ser querida por Dios. El creernos justificados por lo que hacemos sin aspirar a más no es una actitud adecuada y el no descubrir y aceptar las bondades de los otros tampoco. No podemos perder la oportunidad de vivir en estado permanente de conversión y de humildad. No podemos vivir de las rentas, de la costumbre y rutina. La adhesión a Cristo implica un esfuerzo dinámico en crecimiento y exigencia. Sólo así entenderemos la llamada del Señor a su viña y la respuesta por nuestra parte desde la coherencia y autenticidad diciéndole “sí” con la responsabilidad y compromiso que implica ponernos en camino al encuentro con Él.

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