Cada año, el día 27 de septiembre, nos congregamos en torno a la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección del Señor, para celebrar con alegría la fiesta de Nuestro Santo Fundador.

La reflexión en torno a la figura de San Vicente, su perfil humano y espiritual, su riqueza como ejemplo de santidad para todos nosotros, se puede abordar desde diferentes puntos de vista. Hoy me gustaría resaltar algunos rasgos de su espiritualidad y algunas actitudes que cimentaron su vida para que nos podamos identificar cada vez más plenamente con él y para que sean un compromiso de respuesta al Señor en fidelidad que nos ayude a crecer en santidad y, a la luz de su testimonio, iluminar con su mensaje a todas las personas que quieran seguir sus enseñanzas y su ejemplo.

La espiritualidad de San Vicente, su opción por los pobres, su proyecto de vida a partir de su conversión, se basa en la adoración al Dios Trinitario ya que la revelación del amor del Padre a los hombres por Jesucristo en la comunión del Espíritu Santo es el misterio más hondo y la fuente más caudalosa de bendiciones celestiales. Es una espiritualidad cristocéntrica, se inspira en el evangelio, en Jesucristo, servidor y evangelizador de los pobres, en el rostro de los pobres está el rostro del Señor. Dirá enfáticamente refiriéndose a un Padre de la Congregación: “Acuérdese, Padre, de que vivimos de Jesucristo por la muerte de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo, y llena de Jesucristo y que para morir como Jesucristo hay que morir como Jesucristo”. La reincidencia en la palabra manifiesta el grado de identificación de San Vicente, convertido para la causa del evangelio, con el Señor. Es una espiritualidad encarnada, comprometida en las necesidades del hombre y en las realidades del mundo que se debe transformar para que, tanto el hombre como su entorno, sean cada vez más imagen de Dios Salvador, nos dirá: ““Cien veces que vayas a visitar al pobre, otras tantas veces encontrarás a Dios”. La evangelización se realiza de palabra y de obra y así, se hace “efectivo el evangelio”, la gran preocupación de San Vicente, para que fuera causa de promoción y salvación de los pobres.

Estos pobres, “nuestros amos y señores, mi peso y mi dolor” en palabras de San Vicente, son pobres reales que los vemos en cualquier parte de los lugares donde vivimos porque no tienen los medios para satisfacer las necesidades básicas, pero también son los pecadores que necesitan de la asistencia espiritual y de la formación cristiana.

El encuentro con el Señor le sirvió de motivación y de convicción a San Vicente para vivir persuadido y convencido del compromiso y opción que hace para siempre de servir al pobre y no desanimarse ante

situaciones y dificultades adversas que experimentó durante toda su vida. Por eso en la esencia de toda acción al servicio del pobre encontrará también espacios profundos de oración para alimentarse de Dios y recobrar fuerzas para el apostolado. En San Vicente el servicio al pobre no es una respuesta prioritaria ni menos exclusiva de una persona sensible o filantrópica sino una convicción y compromiso de que sirviendo a los necesitados el rostro de Cristo resplandece en medio de ellos. San Vicente querrá que sus misioneros sean apóstoles en la oración y contemplativos en la acción.

Hoy la Iglesia también nos llama a sentir la misma sensibilidad y compromiso que San Vicente tuvo en vida. La pobreza, con alguna de sus variantes, es muy parecidas a la de la época que le tocó vivir. Ojalá cada uno de nosotros, iluminados y motivados por el espíritu del Señor, seamos capaces de aportar con humildad, pero, a la vez con nuestra audacia nuestro granito de arena al servicio de los más necesitados.

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