Queridos hermanos:

Un seguidor de Jesús nunca debe olvidar que su principal deber es la evangelización. Desde el momento en que fuimos bautizados y se nos integró a la Iglesia, automáticamente recibimos el encargo que Jesús les dio a sus discípulos: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos el evangelio” (Mc 16,15). Y recalco que la evangelización es un “deber”, no una opción. De hecho, Jesús la dio como un mandato, con un verbo en imperativo: “¡Vayan…!” Entonces, todo cristiano debe ser consciente que cualquiera sea su estado y su forma de vida, en todo momento y en todo lugar, debe anunciar a Jesús y su mensaje. Es algo ineludible.

Ahora bien, cumplir con este mandato no es fácil. No fue fácil para aquellos hombres que lo escucharon directamente de boca de Jesús y no lo es para nosotros que lo hemos heredado. Ellos, los primeros cristianos, tuvieron que evangelizar a costa de sus propias limitaciones humanas, en medio de las persecuciones judías y romanas, y en medio de un ambiente cultural que no los entendía y los rechazaba. Esto provocó que muchos cristianos abandonaran la misión e incluso la fe. Nosotros, en esta parte del mundo al menos, no tenemos que anunciar a Jesús en medio de persecuciones, pero no por eso la evangelización es más sencilla. Al contrario, también tenemos dificultades, y no me refiero solo a las limitaciones humanas, sino al ambiente social con que nos topamos todos los días. En la sociedad de hoy existe una tendencia cada vez mayor a vivir lejos de Dios. Lo divino y los trascendente ya no importan, solo vale lo que causa un placer inmediato, a la vez que lo religioso pretender ser reducido al ámbito privado. En cada vez más sectores, el mensaje de Jesús tiene menos espacio. Pensemos, por ejemplo, en las universidades, en el ámbito científico, en el político. En estos espacios, todo lo que tenga que ver con Dios, Jesús o la Iglesia, es callado, burlado, amenazado. Es evidente que comunicar el mensaje de Jesús en estas circunstancias es complicado. Muchos cristianos sienten que tienen todo en contra para realizar su deber evangelizador y por eso renuncian a su misión, se callan o disimulan su fe. Felizmente, ante esta situación dura, similar a la que vivieron los primeros cristianos, hoy escuchamos una voz que nos devuelve la esperanza, la fuerza y la valentía; una voz que nos recuerda las palabras que en alguna ocasión Jesús pronunció sobre este asunto; una voz que tuvo el poder de transformar el ánimo de los primeros discípulos y que puede transformar también el nuestro: es la voz que escuchamos en el evangelio de este domingo.

Efectivamente, el evangelio de este domingo forma parte de un gran discurso que, según san Mateo, Jesús pronunció sobre la misión de los discípulos. En medio de una serie de indicaciones de carácter misionero, Jesús les advierte que su labor evangelizadora iba a ser difícil, pero que no tuvieran miedo. Estas palabras no eran un simple consuelo. Su invitación a no temer estaba justificada en ciertas razones que, a continuación, Jesús pasa a explicar. Es importante que nosotros tengamos encuentra las razones que expone Jesús, para afianzar nuestra labor evangelizadora en ellas. ¿Por qué, pues, un discípulo de Jesús no debe tener miedo al momento de evangelizar aun en medio de situaciones duras y amenazantes? Esto dice Jesús:

En primer lugar, porque nada ni nadie puede detener la fuerza expansiva del evangelio: “No tengan miedo de la gente Porque no hay nada secreto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Lo que les digo en la oscuridad, díganlo ustedes a la luz del día; y lo que les digo en secreto, grítenlo desde las azoteas de las casas” (Mt 10, 26-27). El mensaje de Jesús tiene vida propia y nadie lo puede parar. Así lo pretenda la sociedad, el evangelio no se puede detener y se

seguirá difundiendo en la vida y labios de muchos cristianos, hasta que todo el mundo esté transformado. Esta convicción nos debe levantar el ánimo al saber que colaboramos con esta expansión, y a la vez debe activar la esperanza de que, tarde o temprano, el mensaje de Jesús será oído por todos.

En segundo lugar, porque hagan lo que hagan los que quieren boicotear el evangelio, nadie puede contra la inviolabilidad de la conciencia de la persona, menos si esa persona es creyente: “No tengan miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; teman más bien al que puede hacer perecer alma y cuerpo en el infierno” (Mt 10,28). Las presiones sociales pueden callarnos los labios, pero no pueden alterar nuestras convicciones ni nuestra fe. Así que, si no se puede hablar, se puede evangelizar con la vida. A la larga, es una manera de evangelizar mucho más efectiva.

Tercero, porque somos las criaturas más queridas por Dios y él nos cuida con su Providencia: “¿No se venden dos pajarillos por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin que el Padre de ustedes lo permita. En cuanto a ustedes mismos, hasta los cabellos de la cabeza él los tiene contados uno por uno. Así que no tengan miedo: ustedes valen más que muchos pajarillos” (Mt 10, 29-31). Dios nos conoce y conoce nuestras dificultades, por tanto, nos acompaña cuando estamos atravesando momentos duros para suavizar nuestras caídas, para darnos lo que necesitamos y alejar todo mal de nosotros. Así pues, el miedo es justificado, pero la parálisis producto del miedo no, menos si sabemos que nos protege quien es Todopoderoso.

Por último, otra razón para no dejar que el miedo nos venza es la certeza de que, si cumplimos nuestro deber evangelizador, nos espera un hermoso premio: “Si alguien se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a favor de él delante de mi Padre que está en el cielo” (Mt 10,32). El cielo es el premio de los discípulos de Jesús. O más bien, la consecuencia de una vida cristiana fiel y coherente: fiel en medio de las dificultades y coherente con la misión recibida. Al momento de evangelizar, pues, cuando las circunstancias nos hagan sentir el peso de la cruz, cuando nos topemos con nuestras propias limitaciones humanas, cuando medio mundo esté en contra de nosotros y sintamos el dolor, el sufrimiento, la impotencia y el miedo, recordemos estas razones. A los primeros discípulos les funcionó: no tuvieron miedo de morir por Jesús y extendieron el evangelio por todo el mundo. Hagamos nuestra parte, porque aún hay personas que no conocen, no quieren conocer, a Jesús.

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