RIESGOS A TENER EN CUENTA

No sé si se comprende bien qué significa ser profeta. Si aún piensas que es alguien que adivina el futuro porque Dios se lo revela, estás muy lejos de saber quién es el profeta en la Biblia. Si consideras que es un privilegio, no sé si los mismos profetas desearon vivamente serlo con todo lo que se les sobrevino encima y hoy en la primera lectura escucharemos el drama de Jeremías ate su vocación. Si te enorgulleces de ser profeta (porque así se nos llama desde nuestro bautismo) porque piensas que lo que digas no te afecta directamente sino a solo los que diriges

“la palabra”, pues eres un profeta no “vocacionado”; dirás solo lo que te parece. Jeremías encarna una vocación profética en todos sus matices. Él no pidió ser profeta, Dios lo escogió desde el seno materno; él no procedía de familia de profetas sino más bien era de una familia sacerdotal, pero tuvo que luchar contra ambos grupos pues sus palabras proféticas no fueron de su agrado. Sus fuertes denuncias proféticas no le eximieron de vivir en carne propia las desgracias que sobrevinieron a Jerusalén y al reino de Judá. Conociendo la vida de Jeremías no sé si de verdad te granjearías el gusto por ser profeta. Son muy conocidas y estudiadas un grupo de intervenciones del mismo Jeremías en este escrito del AT denominadas “confesiones”, pues revelan la intimidad de un hombre sufrido por su vocación. En ellas se revela justamente que él no buscó este ministerio, pero lo asumió con libertad con todo lo que traía consigo. Ahora bien, una cosa es el mejor deseo que uno puede tener frente a una misión encomendada por Dios y otra cosa es vivir el día a día de ese compromiso. Jeremías es el profeta del exilio, considerado por sus contemporáneos como un traidor a la patria pues anunciaba que era mejor entregarse al poder de los invasores y hacer un examen de conciencia profundo porque las desgracias que afrontaban no eran más que consecuencias de sus pecados. De esta forma, su familia, sus amigos, los reyes con sus profetas y sacerdotes, su mismo pueblo, le dieron la espalda y no solo eso, sino que se la agarraron con él haciéndole pasar vergüenza y oprobio para que dejara de seguir profetizando. Así, Jeremías solo y abandonado, tuvo que poner su absoluta confianza en Dios, quien en su absoluto designio llevó a cumplimiento las profecías de Jeremías, exaltando así su valor en el ministerio delegado. Será a partir de esta terrible experiencia del exilio, en que el pueblo recuperará la valía del profeta Jeremías en la tradición profética posterior. Y este es el punto de reflexión: ¿por qué siempre tenemos que darnos cuenta demasiado tarde que era la voz de un profeta la que nos estaba advirtiendo las terribles consecuencias que ahora vivimos? ¿Será porque somos seres humanos que no siempre nos damos cuenta del daño que podemos hacer a los demás? Pero, sí nos damos cuenta. ¡Qué horror! Para Pablo, ardoroso defensor de la Ley judía en su convicción de judío, había una marca dolorosa en la humanidad que debía acompañarlo por siempre esperando la misericordia de Dios, aunque la Ley sirviera para advertir al menos qué camino no optar. Puede que entendiera que el perdón de Dios podría llegar, pero este sería siempre temporal (como se entendía era la Fiesta de la Expiación de los judíos). Las cosas cambiaron cuando conoció a Cristo, aquel a quien Dios resucitó y por quien se logró el perdón definitivo para una humanidad trastocada por el drama del pecado. Eso le sacudió hondamente sus cimientos confesionales. La obra de salvación pertenecía exclusivamente a la gracia de Dios en Cristo y no al mérito del hombre. La muerte, entendida como el mayor signo de la presencia del pecado en la vida del ser humano entendido así desde la reflexión sapiencial (Sb 2,24), ha sido vencida en la muerte y resurrección de Cristo Jesús. Por tanto, la salvación para Pablo no puede ser reservada solo para los judíos, tiene que ser conocida y aceptada por todos los hombres y todos tienen acceso a ella gracias a la fe en Cristo. Así, ese terrible precedente en el que el ser humano decidió (y, por ende, decide por

siempre) negarse a la vida plena unido a Dios y generó un daño a sus hermanos y a la creación, trajo un consecuente delito, pero no se puede comparar con la gracia que hemos recibido; pues a pesar de todo esto, está allí a la mano la opción de aceptar su salvación mediante la fe en Cristo (es mejor entender creo yo desde esta reflexión la mal enseñada y más aún poco comprendida doctrina del pecado original, cuya atención ha estado más en buscar “señales”, “marcas”, “transmisión” que relacionarla con la salvación en sentido positivo). Esto ya salió muy largo y me falta el evangelio…Estamos ante un fragmento del discurso de la misión de Mateo, y señala los riesgos de ser misionero en nombre de Cristo. Está en sintonía con lo dicho acerca del profeta, pero hay una garantía que los profetas no tuvieron, el mismo Cristo sufrió las incomprensiones que vivirán sus enviados. Por tanto, si Dios no abandonó a su Hijo, tampoco abandonará a sus hijos queridos, porque la misión continúa en medio de las incomprensiones de generaciones y generaciones que no solo lo niegan, sino que se oponen al mensaje de la salvación de un Dios de todos. Quizá ahora sí entiendas cómo ha podido tejerse esta oración del Salmo 68, uno de los salmos del Justo sufriente, muy parecida a la experiencia de Jeremías y a la de tantos hijos de la Iglesia que no siempre son comprendidos por su estilo de vida, por su modo diferente de ver las cosas. Este es tu momento, a veces requerimos unirnos a la voz de este salmista y completar con lo que brote de nuestro corazón, porque la primera parte ya está dicha. ¿Quieres ser un buen cristiano? Pues, hay riesgos que tenemos que correr, pero no te olvides que la última palabra la tiene Dios.

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