Buscamos saciar el hambre con el alimento cotidiano, aunque ahora también exista la preocupación por una “buena alimentación” que ayude al crecimiento y a una buena salud. ¿Y en lo espiritual, no deberíamos mostrar también nuestra preocupación por alimentarnos bien? El Misterio Eucarístico se ha revelado a nosotros en la entrega de Jesús, el Hijo de Dios, que ofrece su cuerpo y su sangre para lograr una comunión espiritual con él, no solo manifestado vocalmente a sus discípulos en la Última Cena, sino también, en la expresión total de su entrega, la cruz. Ahora bien, aunque se ha meditado mucho acerca de que el origen de la Iglesia está en el Misterio Eucarístico, no se percibe que nosotros como Iglesia estemos ansiosos de buscar la fuente de nuestra existencia. El “rito” ha pasado a ser la constante en nuestro pensamiento cuando escuchamos la palabra Eucaristía o Misa; y entonces estamos más preocupados si asistimos o no. ¿Dónde está nuestra meditación y nuestro compromiso ante el mismo Señor que está allí en ese pan y ese vino escondido con su presencia sacramental? Llegamos tarde, no acudimos dominicalmente porque “hay otras cosas importantes que hacer”, podemos comulgar y no comulgamos, nos fijamos en los demás si comulgan o no, y más si es alguien que no “debería comulgar” adoptando posturas de fiscalizadores cuando nadie nos ha ordenado hacerlo, e incluso los sacerdotes penosamente realizan cambios en la Eucaristía pensando que es una cuestión de ganar la atención de la gente, como si fuese un espectáculo, apropiándose de una celebración en la que el centro no es el sacerdote sino la Palabra y la Eucaristía, pues son capaces de hablar en su homilía de cualquier cosa menos de comentar la Palabra de Dios proclamada o celebrar tan rápido como pueden porque tienen otras cosas que realizar al concluir la celebración. Quizá pueda sonar duro lo que digo, pero ¿cómo pensar que estamos tan lejos del Señor cuando no siempre hemos valorado su constante cercanía? ¿No creen que es momento de tomar decisiones más firmes acerca de este maravilloso Misterio al cual esta celebración nos invita a contemplar?

Aquel pueblo de Israel, peregrino por el desierto, recibe de Moisés el legado de reconocer por siempre la mano providente de Dios que le liberó de la opresión, le dio de comer y de beber donde no había nada. El autor (o autores) del Deuteronomio proyecta al pasado la aceptación de un Dios que se ha revelado en el origen de su historia a sus antepasados. Y se convierte no solo en una ley sino en un memorial que debe recordarse de padres a hijos. No es un tema de creer que sucedió o no lo que se narra, sino apreciar una constante en toda su vida: un Dios que siempre proveerá de agua y de pan cuando el duro camino de nuestro propio desierto parezca sepultarnos. No es que el maná sea un pan bajado del cielo, es un pan que la propia naturaleza generó, de una naturaleza que Dios creó para que el ser humano pueda satisfacer sus necesidades y vivir. ¿Por qué no confiar que Dios siempre está allí para cuidarnos? ¿Hace daño creer eso? Nosotros, iglesia, pueblo de Dios, ¿no hemos recibido este legado maravilloso de su presencia sacramental en el Misterio eucarístico? ¿Te hace algún daño creer que su presencia real y sacramental está en ese pan y vino consagrados por el sacerdote? Por supuesto que podrías cuestionar mucho del cómo, pero no dudes jamás del por qué. Por algo es un Misterio, pero un Misterio que atrae.

Pablo en su primera carta a los corintios está atendiendo a una cuestión importante. Sabe que se está ofreciendo sacrificios a los ídolos en Corinto y luego esa carne es ofrecida en los mercados. ¿Es posible comerla? ¿No se está rindiendo homenaje al ídolo al consumirla? Obviamente, para Pablo, usando el sentido común, no habría problema en consumirla, pues uno es consciente que no se hace para rendir culto a la deidad pagana, sino simplemente se busca saciar la necesidad de alimentarse. Ahora bien, sí hace una evidente advertencia: si se tiene cerca a un iniciado o miembro de la comunidad que nota lo que intentas hacer, es preferible ponerse a pensar en la posibilidad de confusión a la que lo podamos llevar, por lo que es mejor abstenerse de comprar esa carne. Está claro que realmente para Pablo la idolatría no está tanto en el comer o no comer aquella carne así haya sido ofrendada por otros a un ídolo, sino en poner en aprietos al hermano, por lo que es preciso valorar más lo que edifica a la comunidad creyente: cuidar al hermano, porque todos juntos somos adoradores de un único Dios. Estamos unidos a Cristo y nadie podrá separarnos de él, pero no es solo pensar en uno mismo sino también en los demás. Somos comunidad en Cristo. Como vemos el criterio de la comunidad prima sobre la satisfacción personal. Así, el recuerdo del momento de la entrega total de Cristo en la última cena no puede mancharse debido a una falta de coherencia en la expresión de fe en la propia vida comunitaria. No solo es un rito, no solo son actos y palabras que se repiten, es la expresión plena de la comunión entre hermanos que aun siendo diferentes somos uno en Cristo. No es solo comulgar al Cuerpo de Cristo, tenemos que aprender a comulgar en el Cuerpo de Cristo. Si no demostramos nuestra fe vivamente, no vamos a comprender el Misterio eucarístico.

El discurso de Jesús como Pan de Vida, que recoge el cuarto evangelio, se ubica en un momento difícil para el discipulado del Señor. Aunque es un discurso que cuando lo escuchamos nos emociona, para el auditorio al que se dirigió en su momento le causó mucha dificultad de comprensión. La alusión al maná en el desierto dado al pueblo de Israel es más que sugerente, pero una cosa es que se te ofrezca aquella “capa fina” fruto del rocío de la mañana y otra cosa que comas el Cuerpo de Cristo. Si sigues la lectura, llegarás al momento en que sus discípulos lo abandonaron porque ese lenguaje les resultó muy duro de digerir. Las cosas exigen algo que va más allá de la comprensión humana, es una exigencia de creer y es lo que termina por decir Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. ¿Crees en un Dios que vive?, pues acepta a su Enviado, y solo así podrás acceder por medio del Misterio Eucarístico a la vida perdurable, a la que estamos llamados todos a llegar.

Celebramos el Corpus Christi. ¡Levanta tu mirada en la Consagración y muéstrate sincero con este Jesús, Misterio de amor! Piensa en Jesús pero recuerda que tienes al lado tuyo muchos hermanos que contigo y con el mismo Jesús, forman el gran Cuerpo de Cristo.

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